lunes, 10 de octubre de 2016

Día de la Militancia: Pactos de amor que fogonean el tren de la Historia


Por Juan Salinas* (Exclusivo para Télam)
Han pasado tantos años que el primer regreso se confunde y empasta con el segundo, que arrancó de cuajo en Ezeiza las ilusiones de tantos militantes hundiendo a los sobrevivientes en tal desasosiego que sólo encontró verdadero consuelo 30 años después, cuando ya casi se habían resignado.

Basta sin embargo ponerse a escudriñar los polvorientos rincones de la memoria, a remover telarañas y a cotejar, acaso con el auxilio de algún contemporáneo, la secuencia de los hechos que posibilitaron el regreso de Juan Perón a la patria luego de más de 17 años de exilio y proscripción, para reparar en que, entre aquél regreso y el otro, el plúmbeo y definitivo, pasaron mucho más que siete meses: pasó raudo, pitando y sin detenerse el tren de la historia.

Podría decirse que uno y otro retorno fueron el día y la noche si no fuera porque paradójicamente en el primero diluvió y en el segundo la tragedia se desarrolló bajo la luz del sol. El regreso de Perón fue la culminación de un proceso vertiginoso, cuyo protagonista principal fue la juventud peronista. Una juventud que a comienzos de 1972 era un caleidoscopio de grupos diferenciados, pero cuya inmensa mayoría (acaso más del 80 por ciento) se había unificado a fines de ese año en la Juventud Peronista “de las regionales”, así llamada por estar geográficamente dividida en siete regionales a lo largo y ancho del país.

Hubo otro polo de atracción, la Mesa del Trasvasamiento Generacional, producto del maridaje entre el Frente Estudiantil Nacional (FEN) Y Guardia de Hierro. Pero mientras hubo grupos que se fueron de aquí para allá (como el Movimiento de Nueva Argentina de Dardo Cabo, jefe de los muchachos que habían aterrizado en Malvinas en 1966) no los hubo que saltaran de allá para aquí.

Por fin, hubo grupos que se mantuvieron al margen de aquellos nucleamientos como el Comando de Organización de Alberto Brito Lema (que giraría a la ultraderecha pero que aún así no colaboraría con la dictadura) y el Encuadramiento de la Juventud Peronista, un grupo un tanto esotérico en su ultraortodoxia (lo habían fundado ex trotskistas y utilizaba una consigna de raigambre nazi: “Un pueblo, un líder, una doctrina”) al que el resto del mundo llamaba “Los Demetrios” y cuyos jefes fueron asesinados por la Triple A por motivos que todavía hoy permanecen en tinieblas.

Pero lo que unificó a toda la juventud peronista fue la convicción de que Perón no amagaba sino que decía la cruda verdad al proclamar la inminencia de su regreso. Así, mientras los veteranos políticos del Partido Justicialista y los jefes sindicales se mosquearon cuando Perón destituyó a Jorge Daniel Paladino como su delegado personal en Argentina y nombró en su reemplazo a Héctor Cámpora; así como le retacearon a éste su apoyo, la juventud peronista rodeó y arropó a Cámpora, contagiándole su entusiasmo. Y mientras Cámpora y los pibes peronistas recorrían casa por casa, ciudad por ciudad y provincia por provincia difundiendo la buena nueva bajo el lema “Luche y vuelve”, el Partido Justicialista y las 62 Organizaciones de raigambre vandorista hacían apenas lo meramente formal, ofendidas porque Perón había nombrado al joven abogado nacionalista Juan Manuel Abal Medina (padre del actual vicejefe de Gabinete) nada menos que secretario general del movimiento peronista, y a Rodolfo Galimberti, principal dirigente de la Regional 1 de “la gloriosa Jotapé”, representante juvenil en el consejo superior del mismo.

Peor habrían de ponerse cuando Perón, virtualmente proscripto por el dictador, el general Alejandro Agustín Lanusse, designara a Cámpora candidato a Presidente.

En aquellos tiempos en que no había televisión en colores ni satelital, ni faxes ni celulares y menos aún internet, a los ojos juveniles Perón era, en su chalet del suburbio madrileño de Puerta de Hierro algo así como una réplica de Zeus en el Olimpo, digitando a los humanos e impulsándolos en el incontenible avance hacia una suerte de socialismo. A fin de acabar con la proscripción y obligar a los militares a conceder elecciones libres, Perón había elogiado repetidamente a “las formaciones especiales” (Montoneros y demás organizaciones guerrilleras peronistas) y a la “juventud maravillosa”, a la vez que reclamaba el “copyright” del “socialismo nacional”.

La atracción solar de Perón, sumado a la lunar de Montoneros y FAR (en cuya unión confluían las tradiciones heroicas del sacerdote Camilo Torres y del médico Ernesto “Che” Guevara) produjeron una marea extraordinaria que fructificó en “la gloriosa jotapé”. Una oleada que semejó un tsunami y terminó no sólo trayendo a Perón sino también depositando a Cámpora en la Casa Rosada.

Fue en el medio de esa ola incomparable (hay que soñar una hipotética fusión, en términos perentorios, de los seguidores de los Redonditos de Ricota, Los Piojos, La Renga, Divididos, Las Pelotas y otros grupos, en una organización de índole social, para obtener una imagen remotamente parecida) que Perón inició su retorno.

Lo hizo yendo a Roma, donde abordó un vuelo charter de la estatal Alitalia junto a cien de sus partidarios más famosos, aunque había excepciones, como el fascista y masón Licio Gelli, jefe de la logia Propaganda-Due (que había maniobrado para que Perón abordara ese avión en Fiumicino y no un jet de Iberia en Barajas) o un joven muy alto, Horacio Miguel “Chacho” Pietragalla, quien sin hacer bambolla formó parte del contingente en representación de Montoneros.

Para los jóvenes de entonces, que mezclábamos el folclore con Manal, Almendra y Vox Dei, ir a buscar a nuestro líder era mucho, muchísimo más convocante que cualquier Woodstock. Y los guerrilleros que con su sacrificio (estaba fresca la sangre de los asesinatos en masa cometidos en la base naval de Trelew) habían obligado a los militares a conceder elecciones, héroes de mucha más envergadura que los también recientemente fallecidos Jimmy Hendrix y Janis Joplin.

Fue así, en alegre romería, que marchamos sobre Ezeiza. El resto es sabido: un inédito despliegue militar impidió en medio del diluvio (que tuvo la virtud de impedir que se esparcieran debidamente los gases de centenares de granadas) que llegáramos a Perón, a pesar de que, como en el 17 de Octubre, hubo quienes vadearon el río Matanza. Perón descendió protegido por el paraguas de José Ignacio Rucci y se abrazó con Cámpora y Abal Medina. El grupo caminó unos pasos hasta el Hotel de la aeroestación y quedó allí virtualmente prisionero pues a veinte metros se instalaron dos soldados con una ametralladora FN Mag apuntando a la puerta, con órdenes de tirar si Perón pretendía salir de allí sin autorización.

Pero el General se pasó por el fondillo la ametralladora y sus servidores y se dirigió en rauda caravana al chalet de la calle Gaspar Campos, en Vicente López, que sus partidarios le habían comprado.

Como bien explica Juan Manuel Abal Medina (p) aquél Perón estaba todavía en plenitud de sus facultades, lo que no podría decirse luego de que en febrero próximo, sufriera un prolongado paro cardiaco mientras era operado de la próstata en su consultorio barcelonés por el famoso doctor Puigvert.

Sucedieron tres días de incontrolable carnaval ante la estupefacción y desagrado de la mayoría de los vecinos de Perón, muchos de los cuales optaron por marcharse a otras propiedades. Los manifestantes reclamaban una y otra vez que Perón saliera a a saludar al balcón del chalet mientras coreaban incansables “La Casa Rosada / cambió de dirección / está en Vicente López / por orden de Perón”. Me recuerdo aporreando el bombo enfundado en una camisa color caoba con un águila blanquiamarilla bordada en la espalda que le había pedido prestada a un amigo que se la había comprado a indígenas en Guatemala. Y recuerdo a muchos compañeros luego caídos y desaparecidos brindando y brincando. Un asado en el jardín de un vecino generoso, y la enorme cantidad de parejas que se conformaron en medio de tanta algarabía.

Recuerdo especialmente la llegada de las abigarradas, compactas columnas de La Plata, de los militantes de la Federación Universitaria por la Revolución Nacional (Furn) y de la Federación de Agrupaciones Eva Perón (Faep). Llegaban cantando “La Plata / La Plata / Ciudad Eva Perón…”. Y estoy seguro que allá, todavía cada uno por su lado, entre miles de jóvenes, debían estar El Flaco Lupín y Cristina.

Lo que me sumerge de un bife en los insondables misterios del amor. Amor por el pueblo que se corporizaba en su líder de entonces, de aquel pacto que fructificó en su ansiada vuelta, del alegre reconocimiento a quienes no nos han defraudado. La resurrección del soterrado amor que creíamos muerto y de cuyos rescoldos rebrotó (inesperadamente, gracias a los vientos del pueblo) el fuego que ayer embargó a Evita y hoy impulsa al piberío que fue a despedir a Néstor a la Rosada. El fuego que alimenta la caldera del tren de la Historia. Un tren que ha vuelto a pasar. Una Historia que está por escribirse, que hemos vuelto a tomar en nuestras manos.

* Periodista y Escritor

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