El sociólogo, dramaturgo y escritor Carlos Balmaceda le contestó a través de una Carta abierta a la presunta indignación del actor Luis Brandoni por una foto que se sacó Cristina Fernández de Kirchner con una boina blanca, símbolo del radicalismo.
La brutal Carta abierta de un dramaturgo a un
desmemoriado Luis Brandoni
Domingo 09 de octubre de 2016
La alienación, estimado Luis Brandoni, es ese
mecanismo por el cual uno se experimenta ajeno a sí mismo. O sea, cuando uno se
ve a sí mismo, en sus ideas, en sus hábitos, en sus vínculos, como algo
absolutamente distinto a lo que en realidad es.
Usted se horroriza de Cristina con boina blanca
y se hace cruces por la corrupción del gobierno kirchnerista, pero en ese
espejo deforme que se ha puesto adelante, no ve su propio silencio, su
complicidad, con el gobierno de la Alianza: en tan solo dos años, 39 muertos,
represión, estado de sitio, hambre y una ley contra la clase trabajadora
conseguida a través de coimas, para coronar la entrega del patrimonio nacional
de la mano de Domingo Cavallo, el arquitecto de esa segunda década infame de
nuestra historia.
Se ve, a usted y su partido, inmaculados, porque
no solo ha borrado de su memoria, de su ser, estos antecedentes, sino que no
acepta que marcha de la mano del que tal vez se convierta en el gobierno más
vendepatria de nuestra historia.
Reclama para usted y los suyos la herencia de
Yrigoyen y de Illía, incluso comete la osadía de afirmar que Alfonsin hubiera
votado a Macri, y en este pase de magia, se obliga a que las piezas de su
dominó político y existencial vayan cayendo una por una, hasta revelarnos su
verdadera cara.
Apoya usted a un gobierno que ha entregado una
riqueza nacional como la energía a una multinacional, y sin despeinarse, sigue
reclamándose heredero de Hipólito Yrigoyen. Nada menos que de don Hipólito, que
al fundar YPF, sostuvo lo siguiente “Se reserva, pues, para el estado, en razón
de la incorporación de estas minas de petróleo a su dominio privado, el derecho
de vigilar toda explotación de esta fuente de riqueza pública, a fin de evitar
que el interés particular no la malgaste, que la ignorancia o precipitación la
perjudique, o la negligencia o la incapacidad económica la deje improductiva,
para lo cual se adoptan en el proyecto disposiciones que fijan y garantizan un
mínimo de trabajo y las formas convenientes de realizarlo. Con el mismo
concepto se ponen trabas a la posible acción perturbadora de los grandes
monopolios”.
Dígame si encuentra un parecido entre esta
afirmación de independencia nacional y cualquier acción de Aranguren, gerente
de Shell. Pruébemelo, señor Brandoni, y le aseguro que lleno la ficha de
afiliación a la UCR.
Sacrílego es para usted que Cristina Fernández
de Kirchner junte sus manos en saludo alfonsinista, pero no lo es que Susana
Malcorra reconozca tácitamente la soberanía inglesa al sellarnos el pasaporte
como si fuéramos extranjeros en las Malvinas, o que al referirse a las islas,
escriba “invadir” en un documento oficial, en vez de “recuperar” esa tierra
irredenta.
Dónde cree usted que se ubica cuando blande su
crucifijo contra el kirchnerismo, ¿del lado de Malcorra, sospechada de agente
directa de la CIA o de Arturo Illía que con la resolución 2065 consiguió un
avance definitivo hacia la recuperación de esas islas?
¿Está usted seguro de estar del lado correcto
cuando apoya al gobierno de Macri, que ve con beneplácito la instalación de
bases militares yanquis en el país, sometido como está al designio de los
Estados Unidos, mientras que Illía se negó a enviar tropas a República
Dominicana respetando el principio de no intervención?
Tan enorme y patético es su odio que no ha
dudado en llamar a Axel Kicillof “minúsculo canalla” mientras Alfonso de Prat
Gay licúa salarios con una inflación que duplica la del kirchnerismo, devalúa
para favorecer a los sectores concentrados y no se ahorra expresión injuriosa
para hablar de los trabajadores estatales despedidos, a los que llama “grasa de
la militancia”.
Dice, con la cólera de los rencorosos, que el
peronismo no es democrático que “si uno no piensa como ellos, es su enemigo”,
sin que se le mueva un músculo de la cara ni una idea de su cerebro. Disparos
contra militantes en un acto de Nuevo Encuentro, balaceras contra unidades
básicas, requisas permanentes a los jóvenes de barriadas populares, detención
fuera de todo orden legal de Milagro Sala, represión a pibes de una murga,
todos episodios que en doce años no ocurrieron durante el gobierno de aquellos
que “no son democráticos”, y que sí ocurrieron en diez meses del gobierno que
usted apoya.
Es más, los nazis pueden pasearse por la casa de
gobierno, dar clases en una escuela de Morón, evadir la condena del intendente
de Mar del Plata, cuando atacan a distintos grupos de esa ciudad. ¡Los nazis!
Aquellos mismos que cubrieron de sangre y oprobio con sus “pogroms” las calles
de Buenos Aires en 1919, desgastando al gobierno del propio Yrigoyen, y a
usted, todo esto, no le merece mención ni prevención.
Cristina lleva la boina blanca de los
revolucionarios que dieron sus vidas en el ´90 para que el voto fuera universal
y secreto, y lleva la boina blanca de los que dieron sus vidas en el ´30,
asesinados y cortadas sus orejas como trofeos, porque, decían sus asesinos,
eran “orejas de Peludo”, como el mote de don Hipólito.
Hay una continuidad histórica entre aquellos y
ella. Hay una continuidad histórica que se hace carne en cada biografía. Lo sé
porque fui radical, porque así como aplaudí el juicio a los comandantes de la
represión, porque así como celebré cada acto de libertad del alfonsinismo
inicial, repudié el punto final, la obediencia debida y la economía de guerra
que cedió ante el FMI la soberanía de nuestras finanzas.
Desconcertado después en los noventa, huraño y
desconfiado por ese triunfo de la antipolítica, la historia volvió a encarnarse
en mí cuando el hilo de los movimientos populares fue recompuesto por un
hombre, primero, y por una mujer, después.
Más tarde que yo, pero nunca definitivamente
tarde, los radicales que estaban allí, en Atlanta, celebraban no ya a esa
mujer, no ya la adhesión al peronismo, sino la propia reconstitución de su ser
en el tren de la historia.
La alienación, le decía, Brandoni, ese concepto
que nos legó el compañero Marx, nos hace ver rubios cuando somos negros, altos
cuando somos petisos y dignos cuando no lo somos. Rubio y alto, su espejo
merece verse así al menos en esos dos atributos, pero haga un esfuerzo de
imaginación, le pido, para vérselas con el tercero.
Uno nunca termina de hacerse en su propia salsa,
uno es con la historia, se hace con ella, se revisa, se critica, se cambia y se
entrega a estadios que lo van dignificando y permitiéndole encontrarse con
compañeros cada vez más dignos de lucha. En un retroceso extraordinario, usted
se ha encontrado, como diría el tango, pasando del brazo con quien no debe
pasar; su historia de lucha, de coraje, de reivindicación de los derechos de
los actores ha quedado trunca (si hasta me cuentan que insidiosamente quiere ir
con formas poco democráticas contra los avances logrados en estos doce años en
la Asociación de Actores y en SAGAI), y, como en una contradicción zoológica,
invierte la parábola del elefante: recuerda para adelante y camina para atrás.
La condena de los alienados como usted, son los
otros, (siempre es el otro la condena y el consuelo, después de todo). Porque
el otro, que vendría a ser yo, las multitudes, los que se encuentran entre
boinas blancas y bombos, persisten tozudamente en su ser, coronan con acciones
y con ideas los puntos de ese mapa que es la historia, y le reflejan a usted en
una imagen en la que está obligado a verse.
No es con palabras que uno puede disponer de la
realidad, es con acciones, con resultados, con idas y venidas dialécticas, con
un hacerse permanente con los otros.
De manera que si usted farfulla, grita y afirma
sus ideas, alejándose tan obstinadamente de la realidad, es porque en verdad
necesita, mire qué ironía, un relato en el que usted sigue siendo ese tipo
valioso de los setenta, que se la jugaba contra el orden neoliberal que hoy
apoya con un irritante entusiasmo.
Necesita un relato en el que usted, actor al fin
de cuentas, es un personaje, pero, pirueta final de la alienación, no es el
personaje que usted cree ser, es más ni siquiera es la víctima de alguien
“comido” por el personaje. Usted dispara sus últimos cartuchos existenciales
creyendo que es el Gallego Soto, y no es más que Muzzicardi.
De la resistencia épica al grotesco criollo, de
un revolucionario a un corrupto vinculado con la corrupción del Proceso.
Digamos que en realidad, Muzzicardi le sienta bien, después de todo, usted,
Luis Brandoni, apoya al hombre que se hizo multimillonario durante la dictadura
y que proveía de vehículos a los grupos de tareas para sus secuestros.