Por Carlos Del Frade
(APe).-
“…Algo es preciso aventurar, y esta es la ocasión de hacerlo: felices nosotros
si podemos conseguir nuestro justo fin y dar a la Patria un día de
satisfacción, después de los muchos amargos que estamos pasando… Somos 19.
Recién hoy han partido carretas para sacar algo; Belgrano no puede hacer
milagros: trabaja por el honor de su Patria y por el de las armas cuanto le es
dable, y se pone en disposición de defenderse para no perderlo todo; pero tiene
la desgracia que siempre se le abandone, o que sean tales las circunstancias
que no se le pueda atender: Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger
los nobles esfuerzos de mis compañeros de armas que están llenos del fuego
sagrado del patriotismo, y dispuestos a vencer o morir con su siempre
Belgrano”. Esto le escribió Manuel Belgrano a Bernardino Rivadavia, desde
Tucumán, el 14 de setiembre de 1812.
Diez
días después, en contra de las órdenes de Buenos Aires, Belgrano decidió
enfrentar a los realistas en la batalla de Tucumán.
Doscientos
cuatro años después, es necesario, en estos días de cinismo y mentiras, de
nuevas dependencias y grandes negocios, recordar algo de aquellos días.
En
la actual plaza Belgrano, a no más de veinte cuadras del lugar donde se juró la
independencia, hay un cartel indicador que sostiene que el paseo público se
hizo en terrenos que pertenecieran al general revolucionario.
-Es
mentira. Un gran error histórico. Belgrano no tuvo más que un reloj de su
propiedad – se indigna el maestro e historiador tucumano Miguel Galván que anda
luchando por levantar un monumento que recuerde los ideales del empobrecido
creador de la bandera en una de las escuelas que levantaron en el siglo
veintiuno con los dineros que le dieron en 1813.
“Fue
la batalla decisiva para lograr la independencia del pueblo. Y eso se ve
especialmente en las consecuencias que tuvo. Rivadavia no quería que se
presentara pelea y que el ejército patriota retrocediera hasta Córdoba. Belgrano
junto a San Martín son los grandes desobedientes de nuestra historia y lo bien
que hicieron”, sostiene Galván.
Según
su criterio, la historia contada por Mitre es una falisificación tendiente a
demostrar una supuesta incapacidad militar de Belgrano.
Y
en Tucumán, Salta e incluso en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, se
demuestra que tenía un gran talento además de ser un fenomenal político que
logró aglutinar a los pueblos indígenas, junto a los gauchos más sectores de
las clases dominantes.
“Belgrano
ya tenía la decisión de pelear más allá de contar con las milicias gauchas, por
eso le ordenó a Balcarce que avanzara antes de la llegada Pío Tristán, al mismo
tiempo que jugaba con la soberbia del español. También contaba con un
desarrollo de la inteligencia militar para engañar al enemigo. Era un gran
estratega y un decidido revolucionario, de allí que no le temblaba el pulso a
la hora de fusilar traidores y desertores, cosa que se verifica en el tremendo
contenido del bando donde convoca al éxodo jujeño”, ejemplifica Galván.
Agrega
que no fue sencillo armar un ejército cuando venía con muy pocos hombres y lo
hace porque resulta un gran seductor de multitudes. Incluso Belgrano pensaba
que la principal arma de aquel entonces era el caballo, la lanza y el facón
para el degüello. Y toma la decisión de pelear en Tucumán mucho antes de la
supuesta decisión del pueblo al ordenar que “foseen” la ciudadela para que, de
esa manera, el ejército realista no pueda avanzar con comodidad.
También
gana a sectores de la iglesia que siempre lo apoyaron, como el caso de la orden
de los dominicos que ya habían aportado mulas, hombres y víveres en sus
expediciones al Paraguay al pasar por Santa Fe y Paraná. Lo mismo sucedió en
Tucumán.
A
pesar de esos logros, el ejército de Belgrano está en considerable minoría ante
el poder español pero, gracias a su estrategia, logra avanzar sobre la derecha
del ejército realista y cortar el acceso a sus propios suministros.
La
batalla de Tucumán duró, dice Galván, cincuenta minutos pero fueron dos días de
escaramuzas permanentes hasta que se decidió el resultado del combate a favor
de las fuerzas patriotas.
En
aquellos días, Belgrano era considerado el padre de la Patria por sus propios
contemporáneos.
En
1819, sin embargo, una partida encabezada por Abraham González, quiso engrillar
y encarcelar al general victorioso. Para Galván no está demostrado que haya
sido una decisión del gobernador terrateniente Bernabé Aráoz aunque las
conclusiones de los hechos parecen corroborarlo. Son los días en que se declara
la República del Tucumán y su presidente es, justamente, Aráoz, uno de los que
habían combatido junto a Don Manuel.
Antes
de esa postal de desagradecimiento y cinismo, Belgrano, en Vilcapugio, termina
dándole su caballo a los heridos, marcha caminando, retiene la bandera y es el
último en retirarse del campo de batalla. Y como no queda claro que los
españoles hayan vencido de manera completa, Belgrano reúne a los dispersos y
luego presenta batalla en Ayohuma. No se trata de un general de escritorio. Es
un hombre de acción y que siempre prefirió atacar a esperar al enemigo.
Para
Galván, Belgrano es un revolucionario pleno y el mandato del Plan que pone en
ejecución la primera Junta de Gobierno de Buenos Aires no está concluido y es
un deber hacerlo de parte de las actuales generaciones que habitan la
Argentina.
“Belgrano
es todo. Es militar, ideólogo, abogado, escritor y también fundador de pueblos.
El más grande”, dice el maestro que sigue peleando contra la historia oficial e
intenta hacer presentes los valores de aquellos decididos como Manuel.
Fuente:
“Los caminos del Belgrano”, del autor de esta nota.
Edición:
3237
Recién
editado
Libros
de APE