sábado, 1 de octubre de 2016

Los desobedientes


Por Carlos Del Frade
(APe).- “…Algo es preciso aventurar, y esta es la ocasión de hacerlo: felices nosotros si podemos conseguir nuestro justo fin y dar a la Patria un día de satisfacción, después de los muchos amargos que estamos pasando… Somos 19. Recién hoy han partido carretas para sacar algo; Belgrano no puede hacer milagros: trabaja por el honor de su Patria y por el de las armas cuanto le es dable, y se pone en disposición de defenderse para no perderlo todo; pero tiene la desgracia que siempre se le abandone, o que sean tales las circunstancias que no se le pueda atender: Dios quiera mirarnos con ojos de piedad, y proteger los nobles esfuerzos de mis compañeros de armas que están llenos del fuego sagrado del patriotismo, y dispuestos a vencer o morir con su siempre Belgrano”. Esto le escribió Manuel Belgrano a Bernardino Rivadavia, desde Tucumán, el 14 de setiembre de 1812.

Diez días después, en contra de las órdenes de Buenos Aires, Belgrano decidió enfrentar a los realistas en la batalla de Tucumán.

Doscientos cuatro años después, es necesario, en estos días de cinismo y mentiras, de nuevas dependencias y grandes negocios, recordar algo de aquellos días.

En la actual plaza Belgrano, a no más de veinte cuadras del lugar donde se juró la independencia, hay un cartel indicador que sostiene que el paseo público se hizo en terrenos que pertenecieran al general revolucionario.

-Es mentira. Un gran error histórico. Belgrano no tuvo más que un reloj de su propiedad – se indigna el maestro e historiador tucumano Miguel Galván que anda luchando por levantar un monumento que recuerde los ideales del empobrecido creador de la bandera en una de las escuelas que levantaron en el siglo veintiuno con los dineros que le dieron en 1813.

“Fue la batalla decisiva para lograr la independencia del pueblo. Y eso se ve especialmente en las consecuencias que tuvo. Rivadavia no quería que se presentara pelea y que el ejército patriota retrocediera hasta Córdoba. Belgrano junto a San Martín son los grandes desobedientes de nuestra historia y lo bien que hicieron”, sostiene Galván.

Según su criterio, la historia contada por Mitre es una falisificación tendiente a demostrar una supuesta incapacidad militar de Belgrano.
Y en Tucumán, Salta e incluso en las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, se demuestra que tenía un gran talento además de ser un fenomenal político que logró aglutinar a los pueblos indígenas, junto a los gauchos más sectores de las clases dominantes.

“Belgrano ya tenía la decisión de pelear más allá de contar con las milicias gauchas, por eso le ordenó a Balcarce que avanzara antes de la llegada Pío Tristán, al mismo tiempo que jugaba con la soberbia del español. También contaba con un desarrollo de la inteligencia militar para engañar al enemigo. Era un gran estratega y un decidido revolucionario, de allí que no le temblaba el pulso a la hora de fusilar traidores y desertores, cosa que se verifica en el tremendo contenido del bando donde convoca al éxodo jujeño”, ejemplifica Galván.

Agrega que no fue sencillo armar un ejército cuando venía con muy pocos hombres y lo hace porque resulta un gran seductor de multitudes. Incluso Belgrano pensaba que la principal arma de aquel entonces era el caballo, la lanza y el facón para el degüello. Y toma la decisión de pelear en Tucumán mucho antes de la supuesta decisión del pueblo al ordenar que “foseen” la ciudadela para que, de esa manera, el ejército realista no pueda avanzar con comodidad.

También gana a sectores de la iglesia que siempre lo apoyaron, como el caso de la orden de los dominicos que ya habían aportado mulas, hombres y víveres en sus expediciones al Paraguay al pasar por Santa Fe y Paraná. Lo mismo sucedió en Tucumán.

A pesar de esos logros, el ejército de Belgrano está en considerable minoría ante el poder español pero, gracias a su estrategia, logra avanzar sobre la derecha del ejército realista y cortar el acceso a sus propios suministros.

La batalla de Tucumán duró, dice Galván, cincuenta minutos pero fueron dos días de escaramuzas permanentes hasta que se decidió el resultado del combate a favor de las fuerzas patriotas.

En aquellos días, Belgrano era considerado el padre de la Patria por sus propios contemporáneos.

En 1819, sin embargo, una partida encabezada por Abraham González, quiso engrillar y encarcelar al general victorioso. Para Galván no está demostrado que haya sido una decisión del gobernador terrateniente Bernabé Aráoz aunque las conclusiones de los hechos parecen corroborarlo. Son los días en que se declara la República del Tucumán y su presidente es, justamente, Aráoz, uno de los que habían combatido junto a Don Manuel.

Antes de esa postal de desagradecimiento y cinismo, Belgrano, en Vilcapugio, termina dándole su caballo a los heridos, marcha caminando, retiene la bandera y es el último en retirarse del campo de batalla. Y como no queda claro que los españoles hayan vencido de manera completa, Belgrano reúne a los dispersos y luego presenta batalla en Ayohuma. No se trata de un general de escritorio. Es un hombre de acción y que siempre prefirió atacar a esperar al enemigo.

Para Galván, Belgrano es un revolucionario pleno y el mandato del Plan que pone en ejecución la primera Junta de Gobierno de Buenos Aires no está concluido y es un deber hacerlo de parte de las actuales generaciones que habitan la Argentina.

“Belgrano es todo. Es militar, ideólogo, abogado, escritor y también fundador de pueblos. El más grande”, dice el maestro que sigue peleando contra la historia oficial e intenta hacer presentes los valores de aquellos decididos como Manuel.

Fuente: “Los caminos del Belgrano”, del autor de esta nota.

Edición: 3237
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