(APe).- En el Far West del conurbano circula
una parodia de la Coca Cola. Que en boca de Palermo, Francescoli y el Chaqueño
Palavecino explotó en las pantallas con el grito de guerra “Vamos Manaos”. La
comunidad originaria Guaycurú Iacku Cachi -Bajo Hondo, de Santiago del Estero,
no conoce el sabor del sustituto cola. Sus hijos no consumen el Fernandito, un
veneno de alcohol y fructosa. Pero saben de la amenaza constante de los
sicarios del mercado que, espasmódicamente, les queman los ranchos, les matan los
animales y les envenenan el agua. Para que se vayan de esas tierras en las que
viven desde que la vida es vida.
Manaos
es marrón como la cola y como las calles despavimentadas del oeste del
conurbano. "Somos de Rafael Castillo y no sólo tenemos mucha calle;
también tenemos mucho barro", dijo Walter Canido a Alfredo Saiz, para La
Nación. Tal vez por eso es que Manaos alarma a Coca y a Pepsi en la pampa
populosa del GBA pero también acumula denuncias de contratar bandas
paramilitares que despojen de tierras a campesinos en desgracia y originarios
destituidos de la historia.
Hace
una docena de años la familia Canido creó Refres Now, la embotelladora de
Manaos. Made in Virrey del Pino, produce Manaos y La Bichy, una traducción
popular de la Beach, la gaseosa playera que en La Matanza todos pedían como
bichy y la voluntad popular terminó imponiendo el nombre. Sin embargo muy lejos
del ombligo del mundo y su vecindad inmediata, el far west, en Santiago del
Estero bandas armadas desalojan a las familias, queman paja y barro seco, echan
veneno en los brocales para que se mueran los animales y, de paso, alguna
gente.
Pablo
Aranda, el secretario de Tierras del Movimiento Campesino de Santiago del
Estero (MOCASE), habló en IProfesional.com de los “intentos sucesivos de
apropiación de tierras de la comunidad El Colorado, pueblo guaycurú”, de las
“amenazas y amedrentamiento en un intento por negociar 4.000 hectáreas de la
comunidad indígena Bajo Hondo, en Santiago del Estero”, de la “apropiación del
acceso de agua de la comunidad El Tunal”, de la “instalación de alambrados
clandestinos y ocupación forzosa de 5.000 hectáreas de la comunidad Sacha
Sumaj”.
En
2014, dicen, el dueño de Manaos “se presentaba como hombre de negocios del
vicepresidente Amado Boudou”. Ahora es Mauricio Macri quien inaugura una planta
de Refres Now en Matanza y grita “Vamos Manaos, vamos Argentina”.
El
mercado no conoce ideas ni amores.
La
tierra no es una medida de la dignidad. Ni una marca de la identidad histórica.
La tierra es sólo una extensión que se amplía hasta el infinito, para secarle
la ubre a fuerza de la transgénesis de la soja, el maíz o el algodón.
En
2012 Miguel Galván moría de una puñalada por defender su tierrita. Un sicario
de un empresario agrario salteño lo encontró en su casa del Paraje Simbol y no
necesitó explicarle nada antes de sacar el cuchillo. Un año antes, un grupo
armado atravesó a balazos el cuerpo de Cristian Ferreyra, de 23 años. También
querían el campo donde había nacido y se había criado junto a las flores
silvestres y los pájaros del monte.
En
marzo de 2010 Sandra Juárez se paró delante de las topadoras que venían a
desmontarle la tierra. Su corazón explotó de rabia. Y a ella se le acabó la
vida.
En
noviembre de 2010 la policía formoseña quemó las casillas de la comunidad qom
La Primavera y mató a Roberto López. Hace más de 500 años resisten en su mínimo
mosaico del mundo. Un pedacito de tierra ínfimo y confinado, que el modelo
agroexportador no piensa desperdiciar en hombres y mujeres que miran el tiempo
con las alas de las mariposas enormes del norte, donde vuelan los espíritus de
los muertos. Que andan siempre cerca, custodiando la tierra.
Mientras
el mercado la maquilla y la somete. Para que los engañe por la espalda con
gaseosas negras y semillas trastornadas. Y les quite el agua. Y los rocíe con
veneno después de la siembra.
Pero
ellos saben que la tierra es la dignidad. El vientre de donde nace a gritos y
sangre el jirón de la vida. La única esperanza que golpea la puerta, cuando no
la tiran abajo lo sicarios.