Por Pablo Solana (de la corresponsalía de
Resumen Latinoamericano en Colombia) 7 de octubre 2016.-Le acaban de otorgar el
Nobel de la Paz a un señor que fue acusado internacionalmente por ordenar el
bombardeo de un país hermano, tuvo responsabilidad política en ejecuciones de
jóvenes inocentesy abanderó la ´Seguridad Democrática´ que aterrorizó al pueblo
colombiano hace apenas una década. Pero desde Noruega, parece, sólo se ven las
más recientes camisas blancas.
Un
animal político. “Un cyborg programado desde chiquito para ser presidente”,
afirma la periodista Juanita León. Hijo de una de las familias dueñas del país,
niño mimado de la oligarquía cachaca, con pregrados y maestrías en EEUU e
Inglaterra, sobrino nieto de presidente, primo de vicepresidente, ministro de
Hacienda, de Defensa, y finalmente presidente promotor de acuerdos de paz. “Si
algo quiere Juan Manuel Santos es pasar a la historia”; la caracterización de
Juanita León es de 2010, cuando aún debía ganar las presidenciales. Véanlo
ahora, recibiendo el Nobel: pasó a la historia, nomás. Bien programado, después
de todo, el cyborg.
La paz, para Santos: un escalón más en una
carrera de oportunismos y falta de escrúpulos
La primera vez que Santos habló de un acuerdo de
paz con comandantes de las FARC fue durante el gobierno de Samper, en los 90;
habló también con Carlos Castaño de las Autodefensas Unidas de Colombia, y
tanto a guerrilleros como a paramilitares les hizo una propuesta de paz, con
una preacuerdo explícito: solicitar la renuncia del entonces presidente, que le
había negado la embajada en Washington, escalón que él consideraba fundamental
para su incipiente carrera. Después fue crítico inflexible del gobierno de
Pastrana, hasta que en el año 2000 éste le ofreció el ministerio de Hacienda.
En 2006 pidió a Uribe el ministerio de Defensa, el cargo de mayor exposición
para catapultar su carrera a la presidencia.
“Algunos le recomendaban a Santos que no fuera
ministro porque Uribe sólo tenía viceministros”, relata Juanita León en La
Silla Vacía, pero, analiza, “quizás sea el único ministro de defensa que ha
logrado un verdadero poder sobre los militares; entró a mandar”. Con esa
impronta que nadie pone en duda, es difícil que Santos pudiera esquivar su
responsabilidad en los crímenes de la doctrina de Seguridad Democrática que por
años enlutaron al país.
Su gestión signó el período de mayor ofensiva
bélica y violaciones de los Derechos Humanos de las Fuerzas Militares a su
mando. Fue la época de injerencia más directa de los EEUU en los asuntos
internos de un país latinoamericano “democrático”, por medio del Plan Colombia
primero (que ya se había iniciado bajo la gestión Pastrana) y el Plan Patriota
después; el mando estratégico de la “guerra contra el narcoterrorismo” durante
la doctrina de la Seguridad Democrática recayó en manos de las criminales
Agencias de Seguridad de los gobiernos norteamericano e israelí.
Que lo capture Interpol
De todas las atrocidades cometidas durante la
Seguridad Democrática del gobierno de Uribe y de la gestión de Santos al frente
de las Fuerzas Militares, el hecho que causó mayor conmoción internacional fue
el bombardeo de territorio ecuatoriano. En 2008, el Ejército, unidades de
operaciones especiales de Infantería de Marina y de la Fuerza Aérea colombianas
atacaron el país vecino produciendo numerosas muertes, entre ellas un ciudadano
ecuatoriano, cuatro mexicanos y varios colombianos. La operación se denominó
Fénix; tuvo como excusa atacar a un campamento de las FARC y dar muerte a uno
de sus comandantes, Raúl Reyes. A raíz de tamaño atropello a la soberanía de un
país hermano, un juez ecuatoriano solicitó orden de captura contra Santos y
otros miembros de la cúpula militar colombiana; el presidente Rafael Correa,
por su parte, defendió el pedido de captura y solicitó a la Interpol el arresto
del ministro colombiano, hoy Nobel de paz (El hecho quedó impune, después de
todo).
El bombardeo sobre el campamento de Reyes fue la
ofensiva bélica más notoria, pero otras tantas acciones de tierra arrasada se
desarrollaron en los años de Santos al frente del ministerio de Defensa contra
numerosos frentes guerrilleros de las FARC; centenares de miembros de la
guerrilla fueron aniquilados por la acción coordinada de Ejército, Armada,
Fuerza Aérea y Policía, provocando un clima de guerra en las comunidades del
país complementado por ataques y asesinatos a líderes sociales, masacres de las
fuerzas militares regulares o paramilitares, bajo una estrategia común de
aniquilamiento de la insurgencia. Santos dejó el ministerio en 2009, sólo para
lanzar su candidatura presidencial.
Falso, todo falso
Durante su gestión al frente de una de las
etapas más terribles de la guerra en Colombia, se destapó el doloroso escándalo
de los “falsos positivos”: jóvenes campesinos o de extracción popular
ejecutados por el ejército y presentados después como guerrilleros abatidos.
El caso más emblemático fue el de Soacha, en las
afueras de Bogotá. Un grupo de jóvenes fue llevado al otro extremo del país,
donde fueron asesinados y después de eso vestidos como guerrilleros. Cuando
Santos asumió el ministerio en 2006 la Oficina del Alto Comisionado para los
Derechos Humanos de la ONU ya había alertado sobre esas ejecuciones
extrajudiciales de las tropas bajo su conducción política, pero durante los
primeros años dejó hacer.
En septiembre de 2008 el Fiscal de Ocaña afirmó
que los 9 jóvenes aparecidos en esa ciudad norteña habían caído en combate, y
lo mismo dijo el de Cimitarra, refiriéndose a otros dos cuerpos encontrados
allí. Pero eran los jóvenes de Soacha; con esa información, el director de la
Oficina de Derechos Humanos de la Vicepresidencia llamó al ministro, y la
situación ya no se pudo disimular. Cuando se conoció el escándalo, dos años
después de estar al frente de un ejército que tuvo como práctica habitual la
presentación de “falsos positivos”, recién entonces Santos creó una unidad
especial de fiscales para investigar.
Hace nada, tres días apenas, las Madres de
Soacha se instalaron una vez más a reclamar justicia en los tribunales. “No
vamos a esperar más, estamos cansadas, nos tienen hasta la coronilla. A
nosotros nos están viendo la cara de qué, ¿de pendejas?”, expresó ofuscada
Carmenza Gómez, madre de Víctor Fernando, uno de los jóvenes que apareció
fusilado en Ocaña, Norte de Santander.
Carmenza no faltó a ninguna de las audiencias
desde 2008; ella y las otras madres deberán seguir reclamando contra la
impunidad que reina en Colombia ante la infinidad de crímenes cometidos por el
Estado… pero ahora posando la mirada en un premio Nobel de la Paz.
* Pablo Solana es miembro del Equipo Editor de
Lanzas y Letras, integrante del Instituto José Martí de Bogotá – Escuela
Nacional Orlando Fals Borda – y corresponsal de Resumen Latinoamericano en
Colombia.
Fuente: Resumen Latinoamericano