* Por Elisa Altamirano, barrio El Tinglado,
Córdoba.
Ayer, fuimos pacíficamente a entregarle un
petitorio al gobernador Juan Schiaretti. Pacíficamente, muy pacíficamente, ¿se
entiende? Fuimos todos, incluso niños y mujeres embarazadas, que no somos
vagas, ni planeras, somos trabajadoras como ustedes, que luchamos cada día con
todas nuestras fuerzas para garantizarles un plato de comida a nuestros hijos,
como ustedes.
Ante el desfinanciamiento absoluto de nuestros
comedores cordobeses, decidimos asumir la "arriesgada maniobra
subversiva" de llevar una nota personalmente, exigiendo alimentos, porque
los laburantes de la economía popular también merecemos pasar una Navidad en
familia, con algún pan dulce y un vasito para brindar. Pero bueno, tuvimos mala
suerte, malísima diría, porque justito el gobernador estaba inaugurando un
árbol de Navidad gigante, seguramente con la esperanza de vernos a todos
sentados, escribiendo esa misma nota, pero dirigida a Papá Noel.
Antes de hacer ese acto, perdón, me pregunto,
¿no debiera ser prioritario visitar alguna de nuestras villas, para ver cómo
vivimos los humildes, a las sombras de sus luces y sus pinitos nevados? Ojo,
nobleza obliga, hay que decirlo: no vino Schiaretti, en persona, pero nos mandó
una delegación diplomática a su nombre, perfectamente empilchada con uniformes,
cachiporras, gases lacrimógenos y balas de goma, para repartir de cara a las
fiestas. A mí, de hecho, me dieron una, acá, en la cabeza.
Sin provocación alguna de nuestra parte, como
muchos medios aliados de los reyes magos salieron a decir, los oficiales
comenzaron a empujarnos y maltratarnos haciendo culto a la violencia machista y
la violencia institucional, en un solo gesto gubernamental. Acto seguido,
llegaron los palazos y los disparos, que no sólo afectaron a todas estas
personas adultas que no somos dignas de pasar una linda Navidad, sino también a
todos nuestros niños, que aún siguen nerviosos por esa brutal represión, que no
debieran haber visto ni por televisión. "¿Pero por qué los llevan?".
Porque no tenemos niñera, ni un Estado que nos pueda ayudar. Y porque sí
tenemos, en cambio, la obligación de salir a luchar.
Con todo el amor y la desesperación del mundo,
debimos salir a poner el cuerpo en primera fila, mientras las compañeras se
refugiaban con sus hijos en una iglesia. Y hoy tenemos muchos compañeros
heridos, además de los siete que pasaron la noche en una comisaría. Bañada en
sangre, yo no pude ir al hospital, porque debí salir corriendo a la Seccional
Cuarta, para exigir la liberación de mis sobrinos, entre otros. Ahora ya
libres, volvemos a reafirmar nuestro compromiso con nuestra propia dignidad,
ratificando en estas líneas que ninguna represión, ni acción de amedrentamiento,
nos podrá dividir en esta lucha por la unidad del campo popular. Pues ahora más
que nunca, todos tenemos que gritar, aunque sigan queriendo silenciar esta
realidad tan fiera, con sus Fuerzas de "Seguridad".
No tenemos otra manera de soñar una feliz
navidad.
Fuente: La Garganta Poderosa