Si se implanta, la medida reduciría la
burocracia
Desde el 1 de enero y durante los próximos dos
años, un total de 2.000 desempleados finlandeses recibirán una prestación sin
condiciones para ver si desincentiva o no su reintegración laboral
2.000 parados. 2 años. 560 euros al mes. Por
cabeza. Libres de impuestos. Sin condiciones. Finlandia se ha convertido este
enero en el primer país del mundo que experimenta, a pequeña escala, con la
Renta Básica Universal (RBU). El objetivo es ver si este concepto
revolucionario podría llegar a ser viable en un mundo en el que el trabajo
-sobre todo el estable y a jornada completa- es cada vez un bien más escaso
debido a la mecanización y la digitalización. Muchos ojos desde todo el mundo
siguen con atención el proyecto piloto finlandés. Porque la idea polariza. Hay
una avanzadilla que lo aplaude por liberalizador. Y un cerrado sector de
opositores que lo tacha de socializante, inaplicable y ruinoso.
Hace apenas unos días 2.000 personas de toda
Finlandia recibieron sendas cartas del Kela, el Instituto de la Seguridad
Social nacional. Ellos habían sido seleccionados por sorteo para participar, de
forma obligatoria, en una prueba inédita, para la que sólo se tuvieron en
cuenta dos criterios: encontrarse desempleados en noviembre de 2016 y tener
entre 25 y 58 años. Los elegidos van a recibir entre enero de 2017 y diciembre
de 2018 un ingreso básico de 560 euros no condicionado. A nada. Ni a su
situación laboral o familiar ni a los ingresos que pudiesen tener. Por elevados
que sean. Y esa RBU está absolutamente libre de impuestos.
Marjukka Turunen, jefa del departamento Legal
del Kela, explica en una entrevista en el diario finés Uusi Suomi que el
experimento, que cuenta con la bendición del primer ministro, Juha Sipilä,
persigue dos objetivos: dar la vuelta al sistema de incentivos económicos para
que los desempleados busquen trabajo y simplificar la mastodóntica maquinaria
burocrática que se ha ido creando para gestionar la maraña de ayudas y
subvenciones públicas de este Estado del Bienestar nórdico.
Cómo Finlandia está combatiendo con éxito la
desaparición de empleos
Héctor G. Barnés
Un nuevo informe utiliza al país escandinavo, en
mitad de una delicada crisis, como ejemplo de aquello que ocurre cuando un
gobierno flexibiliza el mercado laboral
El sistema más habitual de prestaciones por
desempleo es el que entrega al parado una cantidad mensual ligada a lo que
cotizó cuando trabajaba, durante un período de tiempo determinado. Los
gobiernos establecen además una serie de requisitos previos para poder acceder a
ese dinero y unas condiciones que se han de cumplir para seguir percibiéndolo.
La teoría señala que el incentivo que lleva a volver al mercado laboral al
trabajador es la certeza de que esa ayuda es limitada.
Lo que quiere estudiar el Kela ahora, explica
Turunen, es si resultaría efectivo invertir totalmente la estructura de
incentivos. Entregar de forma incondicional una cantidad de dinero a esos
desempleados. Una cantidad mucho menor que el suelo medio de Finlandia -donde
el suelo anual neto ronda los 36.500 euros-, pero que al no tributar supondría
una ayuda financiera significativa. Y ver cómo reaccionan los seleccionados. El
Kela quiere acabar así con el círculo vicioso en el que caen muchos
desempleados, que rechazan los trabajos a los que pueden optar con mayor
facilidad -en su mayoría, con malas condiciones- porque tras los impuestos les
queda menos que la prestación por desempleo. Consideran desde la Seguridad
Social finlandesa que con la RBU va a ser mucho más fácil para los parados dar
el salto a un nuevo primer empleo, sea a tiempo parcial o de baja remuneración.
Menor burocracia, menor gasto
Además, la administración espera poderse ahorrar
una cantidad significativa simplificando la administración. Desde el Kela no
aportan cifras concretas. Los receptores de ayudas por desempleo deben rellenar
constantemente formularios y reunirse con funcionarios. Eso, un trabajo tedioso
y rutinario, requiere de gran cantidad de personal y tiempo. Con el ingreso
básico, este aparato burocrático sería cosa del pasado.
Un tercer punto es de carácter psicológico. La
RBU aporta una gran seguridad financiera, explica Turunen en una entrevista
publicada por el diario alemán Frankfurter Allgemeine Zeitung. "Da a las
personas seguridad financiera. Pueden estar seguros de que el dinero llegará
puntualmente. Lo que hagan con él es asunto suyo", asegura. Además, este
ingreso elimina de los desempleados el estigma de las visitas regulares a las
oficinas de desempleo.
Finlandia es el primer país que juguetea a esta
escala con la RBU. Pero no es el único con el debate abierto sobre su
conveniencia. En el norte de Europa principalmente hay colectivos que están
poniendo esta opción sobre la mesa. El eco que están teniendo sus propuestas
llevó hace meses al filósofo alemán Philip Kovce a decir que, salgan o no
adelante estos primeros planes, la relevancia que se está dando a la iniciativa
ya es un éxito para ellos.
La cara oculta de la renta básica: lo que revela
el experimento finlandés
Esteban Hernández
El país nórdico está estudiando la aplicación de
esta medida a todos los ciudadanos, sin tener en cuenta sus ingresos, y
probablemente a cambio de eliminar las prestaciones sociales
En junio Suiza votó en referéndum la
introducción de la RBU. Una contundente mayoría, más de tres cuartas partes de
los participantes, rechazaron la propuesta -lanzada por una iniciativa
popular-, que abogaba por que el estado ingresase a todos los ciudadanos, de
forma automática e incondicionada, 2.260 euros libres de impuestos al mes.
Holanda ha puesto en marcha un proyecto piloto en Utrecht y otros 19 municipios
para estudiar la viabilidad del ingreso básico. Y en Alemania un colectivo
presentó a mediados de 2016 más de 90.000 firmas en el Bundestag para pedir un
referendo al respecto.
Los académicos y analistas no han quedado fuera
de este debate. El ex ministro de Finanzas griego Yanis Varufakis y el filósofo
esloveno Slavoj Zizek, desde la izquierda, defienden la implantación del
ingreso ciudadano. Pero también el presidente ejecutivo del Foro Económico
Mundial de Davos, Klaus Schwab, lo percibe con buenos ojos. No obstante, la RBU
está lejos de poder amalgamar algún tipo de consenso. La idea, por su
radicalidad, polariza. Genera atracción y curiosidad. Pero también rechazo.
Además, la idea teórica sigue resultando ambigua en puntos clave, como la cuantía
del ingreso, y se ha consolidado en torno a distintas modalidades concretas
que, en ocasiones, son casi contrapuestas.
Cargados de argumentos
El principal argumento a favor de la renta
básica es que la digitalización y la mecanización están acabando con cada vez
más puestos de trabajo. En unos años, argumentan los defensores de la RBU, no
sólo será difícil encontrar empleo para una nutrida mayoría, sino que además
esos puestos de trabajo no serán necesarios para satisfacer la demanda de
bienes y servicios. Según un estudio, el 47 por ciento de los trabajos en
Estados Unidos son altamente susceptibles de ser automatizados en las próximas
dos décadas.
Además, con una sola medida, se acabaría con la
pobreza. Un progreso fenomenal, para los adalides de la RBU. La cuestión no es
baladí en un momento en el que, tras el colapso financiero de 2008 y la
subsiguiente crisis del euro, la clase media se encuentra amenazada por la
precariedad y la desigualdad. Según Eurostat, unos 120 millones de europeos,
cerca del 25 por ciento, viven en situación de riesgo de pobreza y exclusión
social.
Renta Básica Suiza, la organización que recogió
las firmas para el referéndum suizo, peleaba asimismo por "desacoplar los
conceptos de trabajo y valor personal". Las personas, proseguía su
argumento, podrían elegir con libertad a qué dedicar su tiempo. Muchos
seguirían trabajando. Otros alargarían la formación o se tomarían mayores
pausas para criar a sus hijos. Además, los riesgos derivados de emprender e
innovar se reducirían sensiblemente.
Finlandia: hay vida (económica) después del
declive de Nokia
Antonio Martínez. Berlín
La decadencia del gigante tecnológico provocó
una caída de un tercio del PIB del país. Paradójicamente, el desempleo de
profesionales talentosos ha provocando un 'boom' de 'startups'
Los críticos y escépticos, por su parte, también
vienen cargados de argumentos. El primero y esencial es el coste. Pocos
estados, más allá de los nórdicos, podrían poner en marcha iniciativas de este
tipo. Según la OCDE, Luxemburgo y Dinamarca podrían en la actualidad pagar al
año a cada uno de sus ciudadanos 17.800 y 10.900 dólares, respectivamente, si
se eliminasen todas las ayudas no sanitarias y se repartiesen ese dinero de
manera equitativa entre la población. En ambos casos esas cantidades suponen en
torno a una quinta parte de la renta per cápita nacional. Los europeos del sur
no podrían, como tampoco las economías de corte liberal anglosajón como Estados
Unidos y Reino Unido. Y para la mayoría de países emergentes o pobres
resultaría absolutamente impensable.
Nota relacionada:
Además, critican algunos, eliminar ayudas e
introducir la RBU supondría una redistribución de la riqueza hacia arriba. Al
entregar un ingreso a todos los ciudadanos, parte del dinero que antes se
destinaba a personas de clase baja o con dificultades iría a parar a manos de
gente de clase alta. Esto, si no se prevé, podría acabar generando más
desigualdad. Asimismo, algunos escépticos consideran que desincentivaría el
empleo, sobre todo el de baja remuneración, lo que erosionaría los ingresos
fiscales. Y que podría generar efectos llamada inasumibles en una era de
migraciones masivas transfronterizas por motivos económicos.
Por último, algunos críticos temen el daño
psicológico. Argumentan que desaparecería el pilar laboral como elemento
estructurador de la personalidad. Que se fomentaría el no trabajar, algo que
perciben como "moral hazard". Y que la distribución incondicionada de
dinero podría perjudicar además el tejido social y acabar con la solidaridad.
Fuente: El Confidencial