Por José Pablo Feinmann
El poder incluye la represión. Los grandes
revolucionarios del siglo XX mostraron esta verdad. “Queríamos liberar a los
hombres y terminamos organizando una policía”.
Freud se asombraba de los comunistas a los que
trataba bien. Pero se decía: ¿hasta cuándo van a seguir matando los comunistas?
¿Qué van a hacer los comunistas cuando maten a todos sus opositores? La pulsión
de muerte es infinita, no se detiene. De modo que los comunistas cuando terminen
de matar a sus opositores empezarán a matar a los propios comunistas. Así fue
como ocurrió.
Las teorías del Estado moderno tienen su inicio
en una concepción pesimista de la existencia. Es después de todo simple. Si yo
demuestro que los hombres son ingobernables y se matan entre ellos más se va a
fortalecer la necesariedad del Estado como bestia conciliatoria. Todos se
someten a la autoridad del Estado. Delegan en él su libertad. Reciben la paz,
el orden.
Según se sabe el que diseñó el Estado moderno
fue Thomas Hobbes. Su planteo era atractivo: homo homini lupus, el hombre es el
lobo del hombre. La concepción que tiene Hobbes de la naturaleza humana es
desalentadora. Poco esperaba de la bondad de los hombres. Lo dijimos:
El fundamento del Estado se encuentra en
postular un ente superior que controle las pasiones. La seguridad para todos solo la dará la fortaleza represiva del
Estado. Como siempre, se impone la seguridad al costo de la libertad. Cuanto
más seguros están los ciudadanos, menos libres son.
El origen de la represión está en la propiedad
privada. Rousseau decía que el día que se creó la propiedad privada nació el
Mal. Son siempre los propietarios los que piden seguridad. El Estado debe estar
para asegurar el orden de los poseedores. Los no-poseedores sufren los rigores
del Leviatán. El Leviatán se propone eliminar todo desajuste en la armonía de
la sociedad civil. Leviatán es una bestia bíblica descripta en el apocalipsis.
Es la figura que Hobbes elige para el Estado. Un monstruo que genera terror.
Así, todo gobierno debe generar terror. Son tantas las fuerzas instintivas que
viene a sofocar, que se requiere su máxima violencia para llevar a cabo la
tarea.
Sin embrago Hobbes puede hoy ser tomado como la
mano blanda del Estado.
“La ambición y la codicia son pasiones que
también se posesionan de un individuo de manera constante, y ejercen presión
sobre él, siempre que la razón no está lista para resistirlas. Y, como
consecuencia, en cuanto hay la menor esperanza de impunidad, sus efectos afloran.”(Capítulo
27. Hobbes, Leviatán). El amparo y la legalidad que el Estado debe tener por
los que violan la ley es generoso.
Pero volvamos a la cuestión de la naturaleza
humana. La guerra de todos contra todos es propia del hombre cuando no se lo
sofoca fuertemente. Ahí el Estado trae el orden y la seguridad. Uno de los
modos realmente ingeniosos de ejercer la represión es ejercerla de a poco. Se
prefiere atemorizar antes y en todo caso castigar después. El Estado que se ha
erigido en la Argentina actual ha dado zarpazos para exhibir que es capaz de
propinar más que eso. Si no entienden con poco la represión se intensificará.
La capacidad represiva del Estado crece cuando
no tiene controles ni resistencias. Tienen que existir contracaras del poder
castigador. Algo así dijo Foucault cuando propuso el concepto de
contraconducta. A la conducta del poder se le debe contestar con la
contraconducta de la resistencia. Nada parecido asoma en la Argentina. No hay
contrapoderes ni contraconductas. Sólo mínimos signos. Cuando el poder del
Estado es mayor, más puede sofocar las resistencias. La ausencia de
contraconductas tiene como correlato el agigantamiento del poder del Estado. Su
vanidad, su orgullo y su violencia crecen. Inhiben las contraconductas con la
sorpresa de la iniciativa política. Un grupo compacto y decidido puede causar
estragos en las formaciones del llano. O desaparecen el miedo, la blandura y la
cobardía (resultado inmediato del miedo) o el poder quedará en manos de pocos
pero eficaces conductores de una sociedad asustada por el vértigo político del
grupo gobernante. Si se mantiene esta situación hay pocas esperanzas de cambio.
El Leviatán se afirma.
Fuente: Página 12