La dictadura de las grandes empresas
“Todos los gobiernos son en mayor o menor medida
asociaciones en contra del pueblo… y como los que dominan no tienen otra virtud
que el dominar… el poder del gobierno sólo se puede mantener dentro de los
límites constitucionales por un despliegue de poder igual al mismo, el
sentimiento de toda la población”. (Benjamín Franklin Bache. En un editorial del
Philadelphia Aurora de 1794).
Hoy en día nada queda de la antigua Norteamérica
sobre la que escribió Tocqueville. La conciencia humana siempre va detrás de la
marcha de la historia. El desarrollo de las fuerzas productivas en EEUU durante
el último siglo ha alcanzado alturas vertiginosas. La industria, la
agricultura, la ciencia y la técnica se han desarrollado hasta un punto en
donde sería fácilmente posible dar un gigantesco paso adelante. Sólo con el
potencial productivo de EEUU, si se aprovechara con un plan de producción
democrático y racional, sería suficiente para erradicar la pobreza, el
analfabetismo y la enfermedad en todo el mundo.
Sin embargo, aquí también tropezamos con una
contradicción dialéctica. En la primera década del siglo XXI en los propios
Estados Unidos vemos un enorme y creciente abismo entre ricos y pobres. La
división de clase que según las teorías oficiales debería haber desaparecido
hace mucho tiempo, o al menos quedar reducida a la insignificancia, ha
alcanzado proporciones insólitas. No sólo no ha disminuido en momentos de auge
económico sino que ha aumentado. Hoy el 20 por ciento más rico de los
estadounidenses posee la mitad de la riqueza del país, mientras que el 20 por
ciento más pobre apenas posee el 4 por ciento.
En ese libro que hizo época, El Manifiesto
Comunista, Marx y Engels decían que la libre competencia inevitablemente
terminaría en el monopolio. Durante mucho tiempo los economistas oficiales
intentaron negar la existencia de la concentración de capital que Marx había
pronosticado. En particular durante las dos últimas décadas estos economistas
insistieron en que la tendencia iba en dirección contraria, hacia los pequeños
emprendimientos, en los que cada pequeño hombre tendría lo suyo. Incluso
acuñaron la frase: “lo pequeño es maravilloso”.
¡Qué absurdamente inapropiadas suenan hoy
estas palabras! El proceso de concentración del capital ha alcanzado niveles
sin precedentes en todas partes. Menos de doscientas gigantescas empresas
dominan el comercio mundial, la mayoría de ellas en suelo estadounidense que es
donde ha ido más lejos este proceso. Hoy la vida y el destino de millones de
estadounidenses están en manos de un minúsculo puñado de corporaciones que a su
vez están, en la práctica, dirigidas por un puñado de ejecutivos
multimillonarios. El único propósito de esta nueva casta de barones del robo es
enriquecerse e incrementar el poder de sus respectivas empresas. Las
necesidades de la enorme mayoría de los ciudadanos estadounidenses tienen poco
interés para ellos, y las de los habitantes del resto del globo no les interesa
en absoluto.
Michael Moore, en su reciente y exitoso libro
Stupid White Men, da algunos datos reveladores del mundo en el que vivimos:
“Desde 1979 hasta ahora el 1 por ciento más rico
del país ha visto crecer sus ingresos en un 157 por ciento; aquellos que se
encuentran en el 20 por ciento inferior ganan 100 dólares menos al año
(ajustados por inflación) que al principio de la era Reagan.
Las doscientas empresas más ricas del mundo han
visto crecer sus beneficios un 362,4 por ciento desde 1983; sus ventas
combinadas son ahora mayores que el Producto Bruto Interno combinado de todas
las naciones, excepto diez, del planeta.
En el último año del que disponemos cifras,
cuarenta y cuatro de las ochenta y dos primeras empresas de EEUU no pagaban la
tasa del 35 por ciento en los impuestos que deben pagar todas las empresas. En
realidad, el 17 por ciento de ellas NO pagan ningún tipo de impuesto, ¡y siete
de ellas, incluida la General Motors, hicieron tales maniobras con el código
impositivo que al final el estado les debía millones de dólares!
Otras 1.279 corporaciones con activos valorados
en 250 millones de dólares o más tampoco pagaron impuestos y no informaron de
‘ningún ingreso’ en 1995 (año más reciente del que se disponen datos)”. (Stupid White Men, pp. 52-3).
Estas damas y caballeros (ahora ya hay unas
cuantas mujeres entre ellos) son los verdaderos dueños de EEUU. La famosa
democracia sobre la que escribió Alexis de Tocqueville se ha convertido en la
cobertura para la dictadura de las grandes empresas. Importa poco a quién vota
la población estadounidense para que ocupe la Casa Blanca o el Capitolio,
porque todas las decisiones importantes se adoptan detrás de las puertas de
estas minúsculas y poco representativas camarillas que en la práctica sólo
rinden cuentas ante sí mismas.
Los inmensos intereses creados por este estrato
dominante cuentan con el apoyo de la maquinaria militar más poderosa de la
historia. Este pretende tener el derecho a intervenir en cualquier parte,
derribar gobiernos legalmente electos, iniciar guerras y guerras civiles,
destruir estados supuestamente soberanos, sin permiso ni obstáculo. ¿A alguien
le puede extrañar que estos EEUU se hayan ganado el odio de millones de
personas en todo el mundo? En realidad no es difícil de entender. Estos no son
los verdaderos EEUU, ni los verdaderos habitantes de EEUU que lucharon contra
el imperialismo británico para conquistar su libertad y luego en la Guerra
Civil para extender esa libertad (al menos sobre el papel) a los esclavos
negros.
Las ilusiones se desvanecieron. A pesar de todo,
muchos estadounidenses todavía creen que EEUU es la tierra de los valientes y
el país de la libertad. No comprenden por qué en el resto del mundo no aman a
los EEUU. Lentamente, pero a paso seguro, están empezando a comprender que no
todo va tan bien en EEUU. Una reciente encuesta publicada por la revista
Business Week reveló que el setenta y cuatro por ciento de los estadounidenses
pensaban que las grandes empresas ejercían demasiado poder sobre sus vidas. El
resto de esta interesante encuesta también mostró que debajo de la superficie
de calma y contención, hay un creciente sentimiento de insatisfacción con la
situación actual. Las manifestaciones masivas de hace tres años en Seattle
demostraron a la clase dominante estadounidense que algo estaba empezando a
despertar. Esto es sólo el principio.
Aumenta el descontento
“El espíritu de resistencia al gobierno es muy
valioso en determinadas ocasiones, deseo que siempre se mantenga vivo. A menudo
se ejercerá equivocadamente, pero mejor así que no ejercerlo en absoluto. No
viene mal un poco de rebelión de vez en cuando”. (Thomas Jefferson, carta a
Abigail Adams, 1787).
Los largos años de auge económico que siguieron
a la Segunda Guerra Mundial interrumpieron el movimiento revolucionario que se
estaba desarrollando durante los años treinta en EEUU y, hasta cierto punto,
adormecieron la conciencia de clase del proletariado. Pero ahora la crisis
mundial del capitalismo está afectando seriamente a los EEUU. Millones de
trabajadores están amenazados con cierres de empresas y con despidos. Esta
situación representa un cambio fundamental. EEUU no había experimentado un
crecimiento del desempleo como el actual desde de los años sesenta.
La tasa de desempleo está ahora cercana al 6 por
ciento y no hay indicios de recuperación. Además, los trabajadores que han
perdido sus empleos tienen más problemas para encontrar otro. Un artículo
publicado recientemente por The New York Times (28/11/2002) señalaba que era
muy elevado el número de trabajadores que llevaba más de 27 semanas
desocupados:
“En la actualidad aproximadamente 800.000
trabajadores más que en el año 2000, llevan al menos seis meses desocupados.
Por esa razón es tan importante extender los subsidios por desempleo.
Además, el número de trabajadores de tiempo
parcial a los que les gustaría encontrar un trabajo de tiempo completo ha
ascendido a un millón. El aumento de la fuerza laboral se ha desacelerado
notoriamente porque muchas más personas han dejado de buscar empleo y no
figuran en las estadísticas. En las recesiones de principios de los años
ochenta y noventa, la fuerza laboral crecía más rápidamente y eso aumentaba la
tasa de desempleo”.
El boom de los años noventa supuso una cierta
mejoría para muchos trabajadores y personas de clase media, pero por otro lado
también supuso fabulosas fortunas para una pequeña minoría. Incluso en esta
época los ricos consiguieron mucho más que los pobres que vieron cómo su
situación mejoraba muy lentamente. Pero ahora con la crisis económica que
comenzó hace dos años, los ingresos familiares han caído otra vez de forma
generalizada. Y estos ingresos caen más rápidamente para aquellos que se
encuentra entre el 20 o 30 por ciento que menos tiene. La desigualdad va en
aumento, mientras que para los de arriba el crecimiento de la riqueza es más
evidente que nunca.
Los ricos disponen de métodos para evitar el
pago de impuestos y la carga impositiva recae más duramente sobre la clase
media y los trabajadores. Un buen ejemplo es el Impuesto sobre la Propiedad,
que es un impuesto sobre la riqueza. En 1999, sólo el dos por ciento de las
grandes propiedades pagaron todo el impuesto, la mitad de la recaudación por el
Impuesto a la Propiedad procedía de sólo 3.300 propiedades —el 0,16 por ciento
del total—, con un valor mínimo de 5 millones de dólares y un valor medio de 17
millones de dólares cada una. Una cuarta parte de los impuestos se recaudaba
con sólo 467 propiedades con un valor superior a los 20 millones.
Paul Krugman en un reciente artículo publicado
en The New York Times (20/10/2002) con el significativo título de “Lucha de
clases: el final de la clase media estadounidense” escribe:
“En EEUU la desigualdad de ingresos ha regresado
a los niveles de los años veinte. La riqueza heredada no juega un papel
importante para la mayoría de nuestra sociedad, pero en este contexto, con la
revocación del Impuesto sobre la Propiedad, crearemos una elite hereditaria
apartada de las preocupaciones de los estadounidenses comunes, como el viejo
Horace Havemeyer. Y la nueva elite, como la vieja, tendrá un enorme poder
político”.
Incluso aquellos que aún mantienen sus empleos
están disconformes. Tienen poca confianza en el futuro. Ya nadie se siente
seguro. Es un nuevo ambiente de volatilidad, crítica y descontento en todos los
niveles. Existe una enorme y creciente alienación entre la población de EEUU y
aquellos que gobiernan sus vidas. Cada vez son más los estadounidenses que son
conscientes de la situación y están insatisfechos con ella. Quizá no saben
exactamente lo que quieren, pero saben a ciencia cierta lo que no quieren. El
sentido de alienación se refleja en el gran número de personas que no votan en
las elecciones. La “derrota” de Al Gore en las últimas elecciones
presidenciales, a pesar de que la economía estadounidense estaba en un boom
(“¡Es la economía, estúpido!”), fue una advertencia para el establishment
político de que no todo va bien en la sociedad estadounidense.
Existe un mar de fondo de descontento que
procede del corazón mismo de los EEUU. Millones de hombres y mujeres no son
felices con la vida que llevan: largas horas de trabajo, presión despiadada,
actitud dictatorial de la dirección, inseguridad crónica. Este ambiente está
empezando a afectar incluso a antiguas capas privilegiadas de la clase media. E
incluso en el nivel más alto están comenzando a cuestionarse los valores de una
sociedad donde las leyes de la jungla se mantienen como un modelo: ¡La competencia
despiadada y feroz por la vida! ¿Es esto lo que significa en realidad la vida
en el siglo XXI?
J. K. Galbraith escribió hace unos años un libro
titulado The Policy of Contentment, en el cual hacía la siguiente advertencia:
“La recesión y la depresión empeoran por el empobrecimiento masivo a largo
plazo, se han planteado por separado dos perspectivas, el peligro implícito de
la autonomía del poder militar y el malestar creciente en los barrios bajos
urbanos provocado por el aumento de la necesidad y la desesperanza. Aunque en
realidad todo esto podría aparecer conjuntamente. Una recesión profunda podría
provocar un descontento mayor en aquellas zonas donde se ha producido un
desastre urbano debido a algunos accidentes militares donde debido a la naturaleza
de las fuerzas armadas modernas cualquier desgracia tiene unas consecuencias
desproporcionadas”. (The Policy of
Contentment, pp. 172-3).
Por ahora EEUU ha conseguido evitar esa profunda
recesión pronosticada por Galbraith. Pero su aplazamiento no significa que no
vaya a ocurrir. La situación actual de la economía estadounidense, basada en el
consumo y en la deuda en lugar de la inversión productiva, puede que no dure
mucho tiempo y podría ser el preludio de una caída incluso más profunda. En
cualquier caso, el futuro de la economía capitalista, tanto en EEUU como a
escala mundial, tiene un aspecto sombrío. Son inevitables nuevas sacudidas y
con consecuencias imprevistas.
La cuestión es que nadie puede controlar las
fuerzas que se han desencadenado a escala global durante lo últimos diez o
veinte años. Las contradicciones fundamentales del capitalismo no han
desaparecido como algunos economistas estadounidenses pretenden, en realidad se
han reproducido a una escala mucho más amplia que en cualquier otro momento de
la historia. No existe ninguna ley que diga que estas fuerzas del mercado
conseguirán algún tipo de equilibrio automático. Todo lo contrario, el carácter
anárquico y desorganizado del capitalismo se manifestará en convulsiones más
profundas. La globalización se manifestará como una crisis global de
capitalismo, en realidad ya lo está haciendo.
George Soros, que no es un marxista pero sí un
experto en los mecanismos del mercado mundial, ha señalado que el mercado no
puede funcionar como un péndulo sino como una bola de demolición, demoliendo
todo lo que encuentra a su paso. Hemos visto los resultados de esta bola de
demolición en Argentina. Y no va a ser el último caso.
El corazón corrupto de la Norteamérica
corporativa
El escándalo Enron y la oleada de
escándalos empresariales que le siguieron, demostraron contundentemente que es
mentira que la economía de mercado sea el sistema más eficaz, la mejor forma de
evitar la burocracia y la corrupción, y que sea, en cierto modo, es el sistema
“más democrático” y que permite a más personas decidir cómo funcionan las
cosas. La realidad es que dentro de las grandes empresas estadounidenses abunda
la corrupción, reina la tiranía; y los empleos, la vida y las pensiones de
millones de personas están en manos de minorías poderosas y despóticas de
ejecutivos multimillonarios.
Es completamente falso que este sistema funcione
bien porque recompensa la eficacia. Hay muy poca recompensas para la gran
mayoría de trabajadores estadounidenses que están obligados a trabajar largas
horas sometidos a una presión despiadada pagar conseguir ganar lo suficiente
para mantener a sus familias, y con demasiada frecuencia tienen que recurrir a
dos o tres empleos para poder llegar a fin de mes. En los últimos veinte años
la productividad en EEUU ha aumentado enormemente y se han conseguido inmensos
beneficios a costa de exprimir a la fuerza laboral estadounidense. La jornada
laboral se ha alargado inexorablemente hasta superar la media de 50 horas
semanales.
La gente siente la tensión. Ve socavada su salud
mental y física y arruinada su vida familiar. Pero no sólo es el caso de los
trabajadores de cuello azul, también de los profesionales y directivos
inferiores. Lo que los mantiene no es la libre elección o el incentivo de
“tener éxito”, sino la presión despiadada para que consigan resultados (es
decir beneficios para los empresarios) y el temor a perder su empleo.
Por otro lado, es igualmente falso que los altos
ejecutivos de las grandes empresas estén guiados por el principio de mayores
recompensas por mejores resultados. Todo lo contrario, en las últimas décadas,
los altos ejecutivos se han visto recompensados con asombrosas sumas de dinero,
que no guardaban ninguna relación con la productividad ni el trabajo. Se han amasado
grandes fortunas, y se están amasando, para personas que no hacen casi nada
(algunas veces nada en absoluto). Incluso en la recesión actual, cuando los
beneficios empresariales están cayendo y los trabajadores son despedidos o se
les pide más sacrificios, los “fat cats” (grandes contribuyentes) continúan
saqueando la riqueza de EEUU de la forma más vergonzosa.
Además de sus enormes salarios, que no guardan
relación con su rendimiento, los altos ejecutivos reciben una amplia gama de
ingresos extras, acumulando corrupción a gran escala. El mejor ejemplo es el
famoso sistema de “stock options” (opciones sobre acciones). Así, aunque los
ejecutivos de AOL Time Warner fueron “castigados” por la falta de pago de los
bonos, sin embargo, recibieron stock options valoradas en aproximadamente 40
millones de dólares por cabeza. ¡Muchos trabajadores estadounidenses habrían
estado muy contentos con recibir este “castigo” durante una recesión!
También hay una amplia gama de ingresos extras
que no aparecen en las inspecciones normales a los empresarios. Coca Cola exige
que tanto su jefe como su esposa viajen siempre en el jet de la empresa, un
privilegio que le cuesta a la empresa 103.989 dólares al año. En AOL Time
Warner, Gerald Levin y Richard Parkins, su sucesor designado (debería decir
ungido), consiguió 97.500 dólares en “servicios financieros” (por “declaración
de ingresos y planificación financiera”, eso es lo que dijo la empresa,
cualquiera que sea su significado).
Es verdad que algunos de ellos ahora han aceptado
“reducciones salariales”. ¿En qué consisten estas “reducciones”? Stanford
Weill, el jefe ejecutivo del Citigroup, recientemente redujo su salario un 83
por ciento, que dejó al pobre con unos miserables 36,1 millones de dólares al
año. The Economist (6/4/02)
comentaba:
“Es preocupante que el salario de un ejecutivo
haya subido a semejantes cotas teniendo en cuenta los malos tiempos que corren:
la compensación media total según la encuesta Mercer [una encuesta reciente
entre las 100 grandes empresas realizada por William M. Mercer y el Wall Street
Journal] todavía era de 2,16 millones de dólares. Los salarios no han caído al
mismo nivel que los beneficios. La compensación total de los ejecutivos jefes
ha bajado un 2,9 por ciento en un año, pero los beneficios después de impuestos
cayeron el año pasado casi un 50 por ciento entre las empresas incluidas en el
S&P 500. Algunos componentes del salario de los altos ejecutivos, como los
salarios básicos en realidad subieron, a pesar de su espantoso rendimiento”.
The Economist continúa: “Algunos de los
servicios financieros que las empresas estadounidenses ofrecen a sus
principales ejecutivos les ofrecen poner las cuentas fuera de las empresas.
Compaq, un fabricante de computadoras, ha aceptado olvidarse de los préstamos
valuados en 5 millones de dólares (!) que concedió a su jefe, Michael Capellas,
y le ha proporcionado un nuevo préstamo para ayudarlo a pagar los impuestos.
Bernie Ebbers, el ejecutivo jefe de WorldCom, una empresa de telecomunicaciones
con problemas, pidió prestado la principesca cantidad de 341 millones de
dólares y está pagando un interés algo superior al 2 por ciento”.
Estos ejecutivos que realmente no responden ante
nadie, se enriquecen desvergonzadamente a costa de los beneficios procedentes de
los salarios no pagados a la clase obrera. Cuando un trabajador es despedido (a
estas personas raramente le ocurre) o se jubila, reciben una compensación
ridícula, algunos incluso nada, Pero estas damas y caballeros continúan
actuando como sanguijuelas incluso cuando formalmente están jubilados.
“Además de su pensión valuada en 9 millones de
dólares al año, Jack Welch, el jefe jubilado de General Electric, es
‘requerido’, siguiendo los términos de su contrato, de por vida para asesorar a
la empresa, por esta tarea cobrará diariamente [sí ¡diariamente!] 17.000
dólares”. (Ibíd)
No se menciona en qué consiste exactamente esta
“consulta”. Pero la situación es muy clara. Lo que aquí tenemos no es el
empresario estadounidense autodidacta, una imagen asiduamente cultivada por los
defensores del capitalismo, sino exactamente lo contrario. Se trata del saqueo
incondicional y sin freno de la economía estadounidense por parte un puñado, no
representativo, de ejecutivos zánganos e improductivos. Instalados confortablemente
en sus brillantes torres de cristal, completamente alejados de la fuerza
laboral y de la población estadounidense, al frente de una vasta y servil
burocracia empresarial, tranquilamente deciden el destino de millones de
personas, tanto en EEUU como en el resto del mundo. Esta es la verdadera cara
de la empresa estadounidense y la realidad de la llamada economía de mercado.
Enron es sólo la punta de un iceberg muy grande, feo y peligroso.
En caso de que alguien piense que es sólo una
exageración marxista y alarmismo, dejemos que la última palabra la diga el
campeón de la economía de libre mercado, The Economist, que ya hemos citado.
Predice que si sigue la tendencia actual, “en el 2021 emergerá una gran empresa
estadounidense donde el empresario ganará más que las ventas totales de la
empresa. Si es así como funcionan las fuerzas del mercado, entonces lo mejor es
ignorarlas”.
Socialismo y democracia
La idea de que el socialismo y la democracia son
algo incompatibles es otra falsedad. En esta cuestión, los defensores del
capitalismo se comportan como un calamar que se defiende lanzando una gran
cantidad de tinta para confundir a su enemigo. La cuestión es la siguiente: que
la democracia en EEUU es una cobertura de la dictadura de un puñado de poderosas
empresas dirigidas por minúsculas camarillas de personas no electas e
irresponsables. Estas últimas no sólo poseen y controlan la riqueza de EEUU,
también controlan su prensa, la televisión y otros medios que sirven para
moldear y condicionar a la opinión pública. En teoría hay dos partidos
políticos, pero todo el mundo sabe que la diferencia entre los Demócratas y los
Republicanos es mínima.
La Rusia estalinista era una dictadura
monopartidista (algo que ni Marx ni Lenin defendieron jamás). EEUU alardea de
una democracia plural. En esta democracia todo el mundo puede decir que quiere
(mejor dicho, casi todos), mientras los bancos y las grandes empresas deciden
lo que se hace. Las elecciones se celebran regularmente, aunque el electorado
en realidad no puede elegir verdaderamente. Tanto Demócratas como Republicanos
defienden los intereses de las grandes empresas. No hay diferencia real entre
ellos: las pequeñas diferencias que solían existir entre ellos en el pasado
ahora han desaparecido. Para poder salir elegido o se es millonario o se tiene
acceso a grandes sumas de dinero. Y como dice el proverbio: “Quien paga al
flautista elige la melodía”. El escándalo Enron simplemente confirmó lo que
todo el mundo sabía: que la gran mayoría de los senadores y congresistas (¡no
debemos olvidar a las mujeres!) están en la nómina de las grandes empresas. No
es de extrañar que millones de ciudadanos estadounidenses estén desencantados y
no acudan a votar.
Los marxistas defienden la democracia. Pero
defienden una genuina democracia, no una caricatura fraudulenta. Y la primera
condición para la introducción de la democracia en EEUU es el derrocamiento de
la dictadura de las grandes empresas. Hay que poner fin al poder de los grandes
bancos y empresas, hay que nacionalizar la economía y ponerla bajo el control
democrático y la administración de los propios trabajadores. ¡Y así se podría
dar rienda suelta a la iniciativa personal!
El talento de los ingenieros, administradores,
científicos y técnicos jugará un papel crucial en la economía socialista
planificada. Una vez que el beneficio privado ya no sea el principio dominante,
quedará preparado el camino para un auge sin precedentes de las invenciones e
innovaciones de todo tipo. Sobre todo, esto incentivaría a los hombres y las
mujeres de las fábricas para que participaran en las discusiones y debates
sobre cómo mejorar las técnicas de producción. De esta forma, todo el mundo
tendrá interés en el funcionamiento de la sociedad. La producción ya no sería
privilegio de un puñado de ricos ejecutivos, sino de la propiedad común de
todos los estadounidenses.
¿De qué forma contradice esto los ideales
tradicionales estadounidenses de democracia y derechos individuales? No lo
contradice en absoluto, sino que los reafirma y los lleva a un nivel
cualitativamente superior. Actualmente hay poco margen para el libre desarrollo
individual en los Estados Unidos de las gigantes corporaciones. La población no
participa en ninguna de las decisiones importantes que afectan su vida. No se
toman ni siquiera en el Capitolio, sino por individuos invisibles, ocultos tras
las puertas cerradas de Wall Street, en el Pentágono y en el Departamento de
Estado, y sobre todo, en los consejos de administración de las grandes empresas
que realmente dominan EEUU.
¿Es inevitable la burocracia?
Con frecuencia se dice que la propiedad privada
es superior a las empresas nacionalizadas porque permite la iniciativa privada.
Pero en la práctica, las grandes empresas que dominan la economía
estadounidense son extremadamente burocráticas, ineficaces y frecuentemente
corruptas. No dejan mucho margen para la iniciativa: al menos para la gran
mayoría de la fuerza laboral. Son fundamentalmente antidemocráticas, son
dirigidas por un puñado de ejecutivos extremadamente ricos cuyo objetivo
principal en la vida es hacerse aún más ricos.
La opinión pública en general no preocupa a
estos individuos, excepto cuando la mala publicidad puede dañar las ventas y
por lo tanto los beneficios. La solución a este problema, sin embargo, no es
actuar en interés de la opinión pública, sino pagar al departamento de
relaciones públicas para que presenten una imagen favorable de la empresas, es
decir, desinformar y engañar a la opinión pública. El caso Enron es un
excelente ejemplo de las prácticas reales de las empresas estadounidenses. Hay
que decir que esta empresa estaba estrechamente ligada al gobierno
estadounidense, la conexión llegaba hasta tan alto nivel que es prácticamente
imposible investigar sus actividades, es probable, incluso, que nunca se llegue
a saber toda la verdad. Y hay muchos otros Enron que todavía no han salido a la
luz.
Nada menos que una autoridad como Adam Smith
avisó de los peligros del monopolio: “Los directores de tales [sociedades]
empresas […] son más bien los gestores del dinero de otras personas que del
suyo propio, no se puede esperar que vigilen el dinero con el mismo celo que
ponen los socios de una empresa privada en la vigilancia de su propio dinero
[…] La negligencia y el exceso siempre prevalecen, en mayor o menor medida, en
la gestión de los negocios de la empresa”. (Adam Smith, La riqueza de las
naciones, part. 3. p. 112).
La solución a este problema no puede ser el
regreso a la época de las pequeñas empresas, como defienden algunas personas.
Ese período ha sido relegado para siempre por la historia y no regresará. La
economía capitalista moderna está completamente dominada por los grandes
monopolios y nada puede dar marcha atrás a esa tendencia. Cualquiera que dude
de esto sólo debe examinar la historia de la legislación anti-trust de EEUU.
Desde hace mucho tiempo existen leyes contra los monopolios pero en la práctica
han tenido un efecto insignificante. La última prueba es la lucha entre Bill
Gates y las autoridades federales. Nadie puede poner en duda que Gates ha
creado el monopolio más grande del mundo y que esto es perjudicial para el
progreso de la tecnología en un área vital. En la práctica, se ha podido ver
que es imposible revertir esta situación.
Como no es posible detener la inevitable
tendencia hacia la monopolización, sólo queda una alternativa: poner a estas
gigantescas empresas, que en la actualidad no responden ante nadie excepto ante
sí mismas, bajo el control democrático. Pero aquí nos topamos con una
dificultad insuperable. No es posible controlar lo que no posees. La respuesta
es muy clara: para controlar los monopolios, es necesario arrebatarlos de las manos
privadas, es decir, nacionalizarlos. Sólo entonces sería posible asegurar que
los puntos claves de la economía estén al servicio de la sociedad y no de su
amo.
¿Pero esto no acarrearía el peligro de la
burocracia como ocurrió en la Rusia estalinista? Esta parece ser una objeción
muy seria aunque realmente no es así. La degeneración burocrática de la
revolución rusa no fue el resultado de la nacionalización, sino del aislamiento
de la revolución en condiciones de atraso espantosas. No hay que olvidarse que
en 1917 Rusia era un país semifeudal extremadamente atrasado. De una población
total de 150 millones de personas sólo había cuatro millones de trabajadores
industriales. En un notablemente breve espacio de tiempo, la economía
nacionalizada y planificada transformó a Rusia de un país atrasado como
Pakistán en la segunda nación más poderosa sobre la tierra. Durante varias
décadas la URSS consiguió resultados económicos no igualados jamás por otro
país. No hay que olvidar que durante la Segunda Guerra Mundial su economía
sufrió una terrible devastación, murieron 27 millones de ciudadanos soviéticos.
No es posible comprender lo que ocurrió en la
Unión Soviética sin considerar estos hechos. Tampoco es razonable hacer una
analogía entre el destino de la economía nacionalizada-planificada en la Rusia
atrasada y las perspectivas para una economía socialista planificada en los
Estados Unidos. La burocracia es el producto del atraso económico y cultural.
No es difícil demostrar esto. Si se tiene en cuenta la situación en aquellos
países que en algunas ocasiones llamamos del “Tercer Mundo”, estados de África,
Asia y América Latina, entonces, inmediatamente resulta obvio que la burocracia
es una característica común en cada uno de ellos, estén o no nacionalizados los
medios de producción.
Es posible trazar un gráfico que demuestre el
grado de burocratización de una sociedad determinada y demostrar que guarda una
proporción inversa con su desarrollo cultural y económico. Lo mismo es
aplicable al fenómeno de la corrupción, la ineficacia y el papeleo que están
normalmente relacionados con la burocracia. La sociedad tiende a liberase de
estas cosas en la medida que se eleva desde un nivel inferior de desarrollo
económico y tecnológico hasta que consigue elevar el nivel cultural de la
población.
Por supuesto, donde una burocracia se convierte
en una casta dominante atrincherada como ocurrió en Rusia después de la muerte
de Lenin, puede aferrarse al poder y a los privilegios llegando a un punto en
que el nivel de desarrollo cultural y económico se vuelve algo completamente
superfluo. Pero en ese caso, la burocracia sofocará y destruirá la economía
nacionalizada-planificada, que es precisamente lo que ocurrió en la Unión
Soviética. Esa es exactamente la cuestión. La existencia de la burocracia en
Rusia no fue sólo el producto de la economía nacionalizada y planificada,
porque era completamente antagónica a ella. Trotsky explicó que la economía
nacionalizada y planificada necesita la democracia como el cuerpo humano
necesita el oxígeno.
Sin la democracia y el control y administración
de la sociedad por parte de la clase obrera, la economía planificada finalmente
se agarrotará, atascará y obstruirá debido al sofocante peso de la burocracia.
El alma de EEUU
En la primera parte de Razón y Revolución, se
hace referencia a la contradicción entre los maravillosos avances de la ciencia
y el extraordinario atraso de la conciencia humana. Esta contradicción es
particularmente notable en EEUU. En el país que durante el período pasado ha
hecho más que cualquier otro por el avance de la ciencia, la aplastante mayoría
de la población estadounidense cree en Dios o de alguna forma es religiosa. El
treinta y seis por ciento de los estadounidenses creen que la Biblia es la
palabra literal de Dios y la mitad creen que EEUU disfruta de protección
divina. Después del 11 de septiembre el 78 por ciento pensaba que la influencia
de la religión en la vida pública estaba creciendo. Los libros sobre el
Apocalipsis se convirtieron en éxitos de ventas. Esta situación es bastante
diferente a la de la mayoría de los países europeos, donde la religión
organizada está moribunda (aunque existe mucha superstición y misticismo).
Aunque parezca extraño los Padres Fundadores no
eran nada religiosos. Estos verdaderos hijos del siglo XVIII utilizaban
términos muy mordaces para hacer referencia a la religión en general y la
Cristiandad en particular. Los Padres Fundadores, George Washington y John
Adams, escribieron lo siguiente en un mensaje diplomático a Malta: “De ninguna
forma Estados Unidos se ha formado basándose en la religión cristiana”.
John Adams, fue incluso más allá como podemos
ver en una carta que escribió a Thomas Jefferson: “Sería el mejor de los mundos
posibles si en él no existiera la religión”.
En 1814 Thomas Jefferson comentaba lo siguiente:
“En cada país y en cada época los sacerdotes han sido hostiles a la libertad.
Siempre se han aliado con el déspota y lo han ayudado en sus abusos a cambio de
protección para ellos mismos”.
Y el mismo Thomas Jefferson escribía en 1823:
“Llegará el día en que la generación mística de Jesús por el Ser Supremo, su
padre, en el útero de la virgen se enfrente a la fábula de la generación de
Minerva en el cerebro de Júpiter”. Y añadía: “No encuentro ninguna buena cualidad
en la cristiandad ortodoxa”.
Las cosas no eran distintas con Abraham Lincoln,
quien también era abiertamente antirreligioso: “La Biblia no es mi libro y la
cristiandad no es mi religión”. “Nunca podré dar mi aprobación a las largas y
complicadas declaraciones del dogma cristiano”.
Estas ideas eran el resultado natural de la
filosofía racionalista que representaban las ideas filosóficas más avanzadas de
la Ilustración del siglo XVIII. El rechazo de la religión siempre fue el primer
paso hacia una visión racional de la naturaleza y la sociedad. Fue el principio
de todo el progreso moderno, la base de la revolución francesa y la americana.
Y fue igualmente el punto de partida para el desarrollo de la ciencia y la
tecnología modernas, la verdadera base de la grandeza de EEUU. Hoy en día, el
grado de avance científico y tecnológico en EEUU es inigualable en cualquier
otro país. En EEUU tenemos una visión tentadora del futuro y del asombroso
potencial de desarrollo humano. Pero también hay una contradicción. Junto a las
ideas más avanzadas persisten ideas que son herencia inalterable de un pasado
remoto y bárbaro.
La causa de la persistencia de la creencia
religiosa es que los hombres y mujeres creen que sus vidas están bajo el
control de fuerzas desconocidas e imprevisibles. Sienten que no controlan su
propio destino, como si realmente no fueran seres humanos libres. En realidad
nuestra vida está determinada por fuerzas que no están bajo nuestro control.
Los vaivenes salvajes de las “fuerzas del mercado” a escala mundial son las que
determinan si millones de personas tendrán un empleo o no. Los giros igualmente
salvajes de las bolsas pueden arruinar a millones de familias en cuestión de
días e incluso horas. Hay inestabilidad general y volatilidad en todo el mundo,
se expresa en guerras interminables, atrocidades terroristas y otras
barbaridades. Esta situación crea un clima general de temor e incertidumbre. A
eso es lo que se llama el nuevo orden mundial.
En su período ascendente el capitalismo se basó
en el racionalismo. Eso es lo que expresaban las ideas de los Padres Fundadores
reproducidas más arriba. En general, cuando un sistema socioeconómico entra en
una situación de colapso, su declive se expresa en una crisis general de la
moralidad, la familia, las creencias, etc. La ideología de la elite dominante
cada vez es más ruinosa y sus valores se corrompen. La gente ya no cree en las
viejas formulas ni en los antiguos “ideales”, se unen en el escepticismo y la
ironía. Finalmente, surge toda una serie de nuevos ideales y la nueva ideología
refleja el punto de vista de la clase revolucionaria ascendente. En el siglo
XVIII fue la burguesía la que adoptó en general este punto de vista
racionalista. En el siglo XXI será la clase obrera quien adopte las bases del
socialismo científico: el marxismo.
En general, cuando la sociedad entra, como
entrará indudablemente el capitalismo, en una fase de declive terminal, puede
reaccionar de dos formas. Una respuesta es la introversión, intentar escapar de
una realidad horrible cerrando todas las puertas y ventanas, cerrando los ojos
a lo que está ocurriendo en el mundo exterior. El problema es que el mundo
exterior tiene una manera incómoda de entrometerse en la vida de las personas,
incluso de las más reservadas. Tarde o temprano, golpeará en tu puerta y a la
hora más inoportuna. Realmente no hay escape.
La segunda forma es mirar a la realidad a la
cara, intentar comprenderla y de este modo prepararse para cambiarla. Hegel
dijo hace mucho tiempo que la verdadera libertad es el reconocimiento de la
necesidad, es decir, si queremos cambiar las circunstancias en las que vivimos
debemos primero comprenderlas. El marxismo nos proporciona una herramienta
maravillosa para ayudarnos a entender la naturaleza del mundo en el que
vivimos, para hacernos comprender de dónde venimos y hacia dónde vamos. A
diferencia de la religión, que ofrece el consuelo en la visión de un futuro de
felicidad y satisfacción más allá de la tumba, el marxismo dirige nuestros
ojos, no al cielo, sino a la vida real, nos ayuda a comprender las
aparentemente misteriosas fuerzas que determinan nuestro destino.
Desde que apareció por primera vez Razón y
Revolución, se han producido avances espectaculares en la ciencia, el más
destacado de ellos: el mapa del genoma humano. Estos resultados han demolido
completamente las posiciones del determinismo genético que criticábamos en el
libro. También ha cerrado el camino a las “teorías” racistas defendidas por
determinados escritores de EEUU que intentaban ponerse al servicio de la
genética para divulgar sus “teorías” reaccionarias y pseudo-científicas, por
ejemplo, que los negros están genéticamente predispuestos a la ignorancia y la
pobreza. También ha asestado un golpe mortal a las estupideces de los
creacionistas que quieren rechazar el darwinismo en favor de los primeros
capítulos del Génesis e imponer esto en las escuelas estadounidenses.
Para muchos estadounidenses, el marxismo es un
libro cerrado porque parece antirreligioso. ¿Después de todo Marx no describió
a la religión como el “opio del pueblo”? En realidad, justo antes de estas
famosas palabras Marx escribió: “La angustia religiosa es al mismo tiempo la
expresión de la angustia real y la protesta contra la angustia real”. En
esencia, la religión es una expresión del deseo de un mundo mejor y la creencia
en que debe haber algo más en la vida que el valle de lágrimas en el que
vivimos desde que nacemos hasta que llegamos a la tumba.
Muchas personas se sienten insatisfechas con su
vida. No es sólo una cuestión de la pobreza material que existe en EEUU y en
los demás países. También es una cuestión de pobreza espiritual: la futilidad
de la vida de las personas, la rutina mental adormecedora del trabajo que ocupa
muchas horas en la vida de una persona; la alineación que divide a hombres y
mujeres entre sí; la ausencia de relaciones humanas y solidaridad fomentada
deliberadamente en una sociedad que proclama orgullosamente las leyes de la
jungla y la llamada supervivencia del más apto (es decir del más rico); la
vulgaridad de una “cultura” que se ha convertido en una mercancía. En este tipo
de mundo la pregunta no es “¿hay vida después de la muerte?”, sino “¿hay vida
antes de la muerte?”
El sistema capitalista es un sistema
monstruosamente opresor e inhumano, que significa una miseria incalculable, enfermedad,
opresión y muerte para millones de personas en el mundo. El deber de cualquier
ser humano es apoyar la lucha contra este sistema. Sin embargo, para luchar de
una forma efectiva, es necesario elaborar un programa serio, una política y una
perspectiva que garanticen el éxito. Creemos que sólo el marxismo (o socialismo
científico) proporciona esta perspectiva.
El problema que un marxista tiene con la
religión es básicamente el siguiente: creemos que hombres y mujeres deben
luchar para transformar sus vidas y crear una sociedad verdaderamente humana
que permita a la especie humana elevarse hasta su verdadera estatura. Creemos
que los hombres sólo tienen una vida y deberían dedicarse a hacer esta vida
maravillosa y plena. Si se quiere, estamos luchando por un paraíso sobre este
planeta porque no pensamos que exista otro paraíso.
Aunque desde un punto de vista filosófico el
marxismo es incompatible con la religión, sobra decir que nos oponemos a
cualquier idea de prohibir o reprimir la religión. Defendemos la completa
libertad del individuo a tener una creencia religiosa, o ninguna. Lo que
decimos es que debería haber una separación radical ente la iglesia y el
estado. Las iglesias no deben ser financiadas directa o indirectamente por los
impuestos, ni se debería enseñar religión en las escuelas públicas. Si la gente
quiere religión, hay que mantenerla exclusivamente en las iglesias a través de
las contribuciones de la congregación y predicar su doctrina en su tiempo
libre.
En la medida que hombres y mujeres sean capaces
de tomar el control de su vida y desarrollarse como seres humanos libres, creo
que el interés en la religión, es decir, la búsqueda de consuelo en una vida
posterior, decaerá por sí misma de una forma natural. Por supuesto, se puede
estar en desacuerdo con esta predicción. El tiempo dirá quién de nosotros tiene
razón. Mientras tanto, los desacuerdos en estas cuestiones no deben impedir que
todos los cristianos honrados unan las manos con los marxistas en la lucha por
un mundo nuevo y mejor.
Religión y revolución
La propia cristiandad comenzó como un movimiento
revolucionario hace aproximadamente dos mil años cuando los primeros cristianos
organizaron un movimiento de masas de los sectores más pobres y oprimidos de la
sociedad. No es casualidad que los romanos acusaran a los cristianos de ser un
movimiento de esclavos y mujeres. Los primeros cristianos también eran
comunistas, como se puede ver en los Hechos de los Apóstoles. El propio Cristo
trabajó entre los pobres y desposeídos y frecuentemente atacó a los ricos. Dijo
que es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un hombre
rico entre en el Reino de Dios. Hay muchas expresiones como ésta en la Biblia.
El comunismo de los primeros cristianos también
se demuestra en que dentro de sus comunidades toda la riqueza era común. Todo
aquel que deseaba unirse primero tenía que entregar todas sus pertenencias. Por
supuesto, este comunismo tenía algo de ingenuo y un carácter primitivo. Era el
reflejo de los hombres y mujeres de aquella época, que eran personas valerosas
que no temieron sacrificar sus vidas en la lucha contra el monstruoso estado
esclavista romano. Pero la conquista real de comunismo (la sociedad sin clases)
era imposible en aquel momento porque las condiciones materiales estaban
ausentes.
Marx y Engels por primera vez dieron al
comunismo un carácter científico. Explicaron que la verdadera emancipación de
las masas depende del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas
(industria, agricultura, ciencia y tecnología), el que creará las condiciones
necesarias para una reducción general de la jornada laboral y el acceso a la
cultura para todos, como la única forma de transformar la manera de pensar de
las personas y el comportamiento hacia los demás.
Las condiciones materiales en la época de los
primeros cristianos no estaban los suficientemente avanzadas para permitir este
desarrollo, y por lo tanto, el comunismo de los primeros cristianos permaneció
en un nivel primitivo, el nivel del consumo (el reparto de la comida, la ropa,
etc.) y no un comunismo real basado en la propiedad colectiva de los medios de
producción.
Sin embargo, las tradiciones revolucionarias de
los primeros cristianos no guardan relación en absoluto con la situación
actual. Desde el siglo IV d.C., cuando el movimiento cristiano fue encorsetado
por el estado y se convirtió en un instrumento de los opresores, la Iglesia
Cristiana ha estado de parte de los ricos y poderosos frente a los pobres. Hoy
las principales iglesias son instituciones muy ricas, estrechamente vinculadas
con las grandes empresas. El Vaticano posee un gran banco, una enorme riqueza y
poder, la Iglesia de Inglaterra es el mayor terrateniente de Gran Bretaña, y
así sucesivamente.
Políticamente, las iglesias han respaldado
sistemáticamente a la reacción. Los sacerdotes católicos bendijeron los
ejércitos de Franco en su campaña para aplastar a los trabajadores y campesinos
españoles. El Papa apoyó a Hitler y Mussolini. Finalmente, en EEUU hoy, la
derecha religiosa, respaldada con millones de dólares, dirige una campaña a
favor de todas las causas reaccionarias. Tiene a su disposición emisoras de
radio y televisión, donde los charlatanes religiosos hacen fortunas jugando con
el temor y la superstición de las personas.
Puede que el Reino de Dios esté reservado a los
pobres, pero estas damas y caballeros se han asegurado para sí mismos una vida
muy confortable en este planeta. La primera acción de Jesús al entrar en
Jerusalén fue expulsar del Templo a los prestamistas. Pero aquellos que
presumen de hablar en su nombre siempre se ponen del lado de los ricos y
poderosos contra los oprimidos de este planeta. Son los más fervorosos
defensores de los recortes al estado del bienestar y otras políticas dirigidas
contra los sectores más indefensos de la sociedad, como las madres solteras.
Cristo defendía el derecho de la mujer a cometer adulterio, pero los fariseos
modernos hacen cola para apedrear al pobre y al indefenso.
Para estas personas “religiosas” no tenemos otra
cosa que desprecio. Pero a los cristianos honrados que desean unirse a nosotros
en la lucha para cambiar la sociedad, les damos una bienvenida afectuosa y
fraternal. Podemos estar en desacuerdo sobre filosofía, pero podemos estar de
acuerdo en que la situación actual es indigna para la humanidad y que se debe
cambiar. Sabemos que muchos luchadores de clase dedicados y abnegados en EEUU
son cristianos practicantes. Siempre ha ocurrido así como vemos en el siguiente
extracto de La Jungla, esa gran novela socialista de Upton Sinclair:
“’No estoy defendiendo al Vaticano’, exclamó
Lucas con vehemencia, ‘estoy defendiendo la palabra de Dios, que es un largo
lamento por la liberación de nuestro espíritu humano del dominio de la
opresión. Tomemos el capítulo veinticuatro del Libro de Job, el que acostumbro
a citar en mis discursos como ‘la Biblia sobre la confianza de la fuerza’, o
tomemos las palabras de Isaías, o del propio Maestro. No al príncipe elegante
de nuestro arte vicioso y violento, no al ídolo enjoyado de nuestras iglesias
de alta sociedad, sino al Jesús de la terrible realidad, al hombre del dolor y
la pena, al excluido, despreciado por el mundo, que no tenía ningún lugar donde
depositar la cabeza’
‘Yo admitiré a tu Jesús’ interrumpió el otro.
‘Bien’, gritó Lucas, ‘y ¿por qué Jesús no tiene
nada que ver con su Iglesia? ¿por qué sus palabras, su vida, no tienen ninguna
autoridad entre aquellos que declaran su adoración? Aquí tenemos a un hombre
que fue el primer revolucionario del mundo, el verdadero fundador del
movimiento socialista; un hombre en que todo su ser era una llamarada de odio a
la riqueza y todo lo que representaba, la soberbia y la riqueza, y la tiranía
de la riqueza; que él mismo era un vagabundo y un mendigo, un hombre del
pueblo, un socio de los taberneros y de las mujeres de la ciudad; que una y
otra vez, en un lenguaje muy explícito, denunció la riqueza y al que la poseía:
‘¡Nos os guardéis para vosotros los tesoros que hay sobre la tierra!’ ‘¡Vended
lo que tenéis y dad limosnas!’, ‘¡Benditos sean los pobres, porque de ellos
será el reino de los cielos!’ ‘¡Desgraciados los ricos porque sólo recibirán
consuelo!’ ‘¡En verdad yo digo, que es muy improbable que el rico entre en el
reino de los cielos!’ Quién denunció en su época a los explotadores y con unos
términos tan desmesurados: ‘¡Desgraciados los escribas, los fariseos y los
hipócritas!’ ‘¡Desgraciados vosotros también, los abogados!’ ‘¡Sí, serpientes,
sí, generación de víboras! ¿cómo van a escapar a la condena del infierno?’
‘¡Quién echó a los empresarios y a los prestamistas del templo con un látigo!’
‘¡Quién fue crucificado, pensemos en ello, por incendiar y perturbar el orden
social!’ Y a este hombre lo han colocado como el sumo sacerdote de la propiedad
y la presuntuosa respetabilidad, ¡una sanción divina de todos los horrores y abominaciones
de la civilización comercial moderna! Han hecho imágenes enjoyadas de él,
sacerdotes sensuales le queman incienso, los piratas modernos de la industria
les llevan sus dólares, exprimen el trabajo duro de mujeres y niños indefensos,
le construyen templos, se sientan en sillones acolchados y escuchan sus
enseñanzas explicadas por doctores de la divinidad polvorienta”.
La voz de la rebelión de los oprimidos contra la
injusticia y la opresión ha utilizado este tipo de lenguaje durante los últimos
dos mil años. Lo importante no es el lenguaje sino el significado. Lo que es
importante no es la forma sino el contenido. El mensaje original del movimiento
cristiano hace dos mil años era revolucionario y comunista. Nadie podría ser
cristiano a menos que primero diera todas sus pertenencias, renunciara a la
propiedad privada y abrazara la doctrina de la hermandad universal y la
igualdad para todos. Ese mensaje revolucionario fue reafirmado por los
Puritanos de los siglos XVI y XVII. Desde entonces ha resurgido muchas veces
como una expresión del revolucionarismo instintivo de las masas. El marxismo
toma como punto de partida este revolucionarismo instintivo pero le da una
expresión científica y elaborada.
Nuestra primera tarea es unirnos para poner fin
a la dictadura del capital que mantiene a la raza humana en una situación de
esclavitud. El socialismo permitirá el libre desarrollo de los seres humanos,
sin la restricción de las necesidades materiales. En cuanto al futuro de la
religión, se puede decir lo siguiente: el socialismo, basado en la plena
libertad humana, nunca intentará prohibir que las personas piensen y crean en
lo que ellas elijan. A las personas se las debe permitir tener las creencias
religiosas que ellas deseen, o ninguna.
La religión, por supuesto, debe estar
completamente separada del estado. Aquellos que desean practicar la religión
deben pagarlo de sus propios bolsillos. Y no hay lugar en absoluto para la
religión en las escuelas. Una vez hemos establecido una sociedad genuinamente
libre en la cual hombres y mujeres tomen el control de sus vidas y destinos,
donde sean capaces de desarrollar todas sus capacidades físicas y mentales,
donde sean capaces relacionarse con los demás de una forma realmente humana, no
habrá margen para las supersticiones del pasado y poco a poco desaparecerán.
¿No estás de acuerdo? Estás en tu derecho. La
historia decidirá quien de nosotros tiene razón. Pero ante todo, debemos estar
de acuerdo en combinar todas nuestras fuerzas en un poderoso movimiento para a
expulsar a los prestamistas del templo, o más bien de nuestras casas, calles y
centros de trabajo. Debemos limpiar esta sociedad de toda opresión, explotación
e injusticia. Entonces podemos dejar que el futuro se encargue de sí mismo.
El marxismo y el futuro
El marxismo es una filosofía, pero es bastante
diferente a otras filosofías. El materialismo dialéctico es una herramienta
metodológica poderosa que sirve para comprender el funcionamiento de la
naturaleza, el pensamiento y la sociedad humana y una guía para la acción. Como
señaló el joven Marx: “los filósofos sólo han interpretado el mundo en
diferentes formas, la cuestión es transformarlo”.
Bien puede ser que nos encontremos muy felices
en el mundo en el que vivimos y no deseemos cambiarlo. En ese caso, podremos
encontrar este ensayo como algo educativo, o al menos entretenido. No lo
comprenderemos, básicamente, porque hablaremos lenguajes mutuamente
ininteligibles. Sin embargo, si hay una época en la cual los estadounidenses
deben reexaminar seriamente su visión del mundo en el que viven, ese momento es
ahora. Y para obtener una visión racional de este mundo es de gran importancia
tener un conocimiento del materialismo dialéctico.
La característica más esencial del materialismo
dialéctico es su carácter dinámico. Ver el mundo como un proceso interminable,
que se mueve por contradicciones internas, donde tarde o temprano las cosas se
convierten en su contrario. Además, la línea de desarrollo no es un proceso
suave y lineal, sino una línea interrumpida periódicamente por saltos
repentinos, explosiones que transformar la cantidad en calidad. Esta es una
visión adecuada de los procesos que vemos en la naturaleza y en el desarrollo
social que llamamos historia.
La mayoría de las personas imaginan que el mundo
en el que han nacido es algo fijo e inmutable. Raramente cuestionan sus
valores, su moralidad, su religión, su política y las instituciones del estado.
Esta inercia mental, reforzada por el peso muerto de la tradición, las
costumbres, el hábito y la rutina, es una rémora poderosa que permite a un
orden socioeconómico determinado continuar existiendo mucho tiempo después de
haber perdido su base racional. En EEUU, quizá más que en cualquier otro país
del mundo, esta inercia ejerce un papel importante e impide que las personas
sean conscientes de lo que está ocurriendo.
En realidad, las sociedades no son inmutables.
La historia nos enseña que, los sistemas socioeconómicos, como los hombres y
mujeres individuales, nacen, maduran, alcanzan un punto álgido de desarrollo y
después, en determinado momento, entran en una fase de declive y decadencia.
Cuando una sociedad deja de jugar un papel progresista (cuando, en última
instancia, llega a ese punto donde es incapaz de desarrollar las fuerzas
productivas como lo hacía en el pasado), la gente es capaz de percibirlo. Se
manifiesta en todo tipo de formas, no sólo en el terreno económico. La vieja
moralidad comienza a resquebrajarse. Hay crisis en la familia y las relaciones
personales, aparece una creciente ausencia de solidaridad y cohesión social,
aumenta el crimen y la violencia. La gente ya no cree en las antiguas
religiones y gira hacia el misticismo, la superstición y las sectas exóticas.
Hemos visto estas cosas muchas veces en la historia y lo estamos viendo ahora,
incluso en EEUU.
Vivimos una época en que muchas personas han
comenzado a cuestionarse el mundo en el que viven y hacer preguntas no es malo.
Los terribles acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 han hecho que muchos
estadounidenses piensen seriamente en cosas en las que anteriormente tenían
poco interés. De repente, se han dado cuenta de que no todo va bien en el mundo
y que los Estados Unidos están profundamente implicados en una crisis mundial
de la que nadie puede escapar, y en la que nadie está a salvo. La destrucción
de las Torres Gemelas puso una sombra oscura sobre EEUU. Durante un tiempo Bush
y el ala más reaccionaria de la clase dominante han podido aprovecharse de esta
situación. Pero esto no durará para siempre. Tarde o temprano, la niebla de la
propaganda y la mentira se disipará y la gente será consciente de la verdadera
situación, tanto de los EEUU como del resto del mundo.
Aunque muchas personas en su fuero interno
perciben que algo va mal, no encuentran una explicación lógica. Eso no es una
sorpresa. Parte de la forma en que les han enseñando a pensar desde sus
primeros años de vida, han aprendido a rechazar cualquier sugerencia que diga
que algo anda mal en la sociedad en la que viven. Cerrarán los ojos, intentarán
evitar las conclusiones incómodas en la medida que puedan.
Es bastante natural. Es muy duro para las
personas cuestionar sus creencias. Pero tarde o temprano, los acontecimientos
los alcanzarán, los movimientos sísmicos los obligarán a reconsiderar muchas
cosas que anteriormente daban por sentado. Y cuando llegue este momento, las
mismas personas que tercamente se negaban a considerar nuevas ideas, examinarán
lo que ayer consideraban herejías y encontrarán las explicaciones y
alternativas por las que estaban luchando.
Hoy, el marxismo es visto como una herejía.
Levantan las manos escandalizados ante él. Dicen que no tiene base, que ha
fracasado y que está pasado de moda. Pero si esto fuera verdad, ¿por qué los
apologistas del capitalismo persisten en atacarlo, si está muerto y es
irrelevante deberían ignorarlo. El poder de las ideas marxistas se basa
precisamente en que son, y son las únicas, que pueden proporcionar una
explicación coherente, rigurosa y, sí, científica de los fenómenos más
importantes del mundo en el que vivimos.
Desgraciadamente muchas personas, especialmente
en EEUU, tienen la misma actitud hacia el marxismo que los representantes de la
Iglesia Católica Romana tenían hacia el telescopio de Galileo. Cuando Galileo
les rogó que miraran con sus propios ojos y examinaran la evidencia,
tercamente, se negaron a hacerlo. Lo único que sabían era que Galileo estaba
equivocado, y con eso bastaba. De la misma forma, muchas personas “sólo saben”
que el marxismo está equivocado, y no ven razón alguna para seguir investigando.
Pero si el marxismo está equivocado, sólo podremos estar firmemente convencidos
de su equivocación si lo estudiamos con más profundidad. No tienes nada que
perder y añadirás más materia a tu reserva de conocimiento. Pero el autor de
estas líneas está firmemente convencido de que si más personas se tomaran la
molestia de leer las obras de Marx, Engels, Lenin y Trotsky, pronto se
convencerían de que el marxismo realmente tiene muchas cosas importantes que
decir, y que estas cosas tienen una gran relevancia en el mundo moderno.
Al recomendar las ideas del marxismo a la
opinión pública estadounidense, mi esperanza ferviente es convencer al lector
de la corrección y la relevancia de las ideas de Marx y Engels en el mundo del
siglo XXI. Si conseguimos, incluso parcialmente, convencerte, estaré muy
complacido. Si no, espero haber despejado muchos malentendidos sobre el
marxismo y mostrado, al menos, que tiene cosas interesantes que decir sobre el
mundo en el que vivimos. En cualquier caso, espero conseguir que muchas más
personas piensen en forma crítica sobre la organización de nuestra sociedad,
sobre su presente y su futuro.
24 de noviembre de 2002
Ver segunda parte: http://argentina.elmilitante.org/historia-othermenu-55/7254-el-marxismo-y-los-estados-unidos-una-herencia-revolucionaria-que-no-debe-ser-olvidada-segunda-parte.html
Ver tercera parte: http://argentina.elmilitante.org/historia-othermenu-55/7261-el-marxismo-y-los-estados-unidos-una-herencia-revolucionaria-que-no-debe-ser-olvidada-tercera-parte.html