Por Amy Goodman y
Denis Moynihan
El mundo se enfrenta a la catástrofe humanitaria
más grave desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Veinte millones de
personas corren riesgo de morir de hambre en Yemen, Somalia, Nigeria y Sudán
del Sur. La respuesta del presidente Donald Trump ante esta situación ha sido
cerrarles la puerta en la cara a los refugiados y recortar los fondos de
asistencia humanitaria, al tiempo que propone una importante ampliación de
fondos para el ejército estadounidense.
António Guterres, nuevo secretario general de
Naciones Unidas, dijo recientemente: “Millones de personas apenas logran
sobrevivir entre la desnutrición y la muerte, vulnerables a enfermedades y
epidemias, obligados a matar a sus animales para comer y consumir los granos
almacenados para la siembre del año que viene”. Guterres continuó: “Estas
cuatro crisis son muy diferentes, pero tienen una cosa en común. Todas son
evitables. Todas provienen de diferentes conflictos, para los cuales se
necesita que hagamos mucho más en cuanto a prevención y resolución”.
Mientras Naciones Unidas se apresura a recaudar
los 5.600 millones de dólares necesarios para evitar el peor impacto de estas
crisis, el gobierno de Trump recorta los fondos del Departamento de Estado de
Estados Unidos y, según el borrador de una orden ejecutiva obtenido por el
periódico The New York Times, también los de Naciones Unidas. La orden, tal
como está redactada (aunque todavía no fue firmada ni emitida oficialmente)
indica “al menos un 40% de reducción general” de las contribuciones voluntarias
de Estados Unidos a programas de la ONU como el Programa Mundial de Alimentos,
el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados y Unicef.
“Francamente, esta es una actitud infantil que no es digna de la única
superpotencia del mundo”, escribió Stewart M. Patrick, un ex funcionario del
Departamento de Estado durante el gobierno de George W. Bush, que ahora integra
el Consejo de Relaciones Exteriores.
Esta actitud, que podría calificarse de
infantil, tiene un impacto letal en la población infantil real. Siete millones
de personas en Yemen corren peligro de inanición, de las cuales 2,2 millones
son niños. Cerca de medio millón de esos niños están “grave y agudamente
desnutridos”, lo que implica que ya han sufrido daños de desarrollo,
posiblemente de por vida, debido al hambre.
El director de la sede estadounidense del
Consejo Noruego para Refugiados, Joel Charny, dijo en una entrevista para
Democracy Now!: “Si la guerra continúa, mucha gente morirá de hambre. No creo
que haya ninguna duda al respecto. Tenemos que hallar la forma de que la guerra
termine”.
Para ello habría que empezar por ponerle fin a
la entrega de armamento a Arabia Saudí, que bombardea Yemen sin piedad. En su
lugar, el presidente Trump se reunió el martes en la Casa Blanca con el
príncipe heredero de Arabia Saudí y ministro de Defensa, Mohammed bin Salman,
donde presuntamente habrían hablado de reanudar la venta de proyectiles guiados
de precisión a la dictadura saudí. Amnistía Internacional instó a Trump a
bloquear las nuevas ventas de armas. La organización emitió una declaración, en
la que escribió: “Armar a los gobiernos de Arabia Saudí y Bahréin representa el
riesgo de ser cómplice de crímenes de guerra, y hacerlo mientras
simultáneamente se prohíbe a las personas viajar a Estados Unidos desde Yemen
sería aun más inadmisible”.
La guerra en Yemen es considerada mayormente
como un conflicto de poder entre Arabia Saudí e Irán, donde Estados Unidos,
bajo el gobierno de Obama y ahora con mayor intensidad bajo el de Trump, brinda
armamento a los saudíes y apoya logísticamente su bombardeo a Yemen. “Cabe
destacar que esto no comenzó el 20 de enero. Esta es una política llevada a
cabo por Estados Unidos desde hace cierto tiempo", dijo el funcionario
humanitario Joel Charny en referencia a la asunción de mando de Trump y las
políticas de Obama. A lo largo de sus dos mandatos, el presidente Obama le
vendió armas a Arabia Saudí por un récord de 115.000 millones de dólares. Solo
suspendió las ventas después de que un avión saudí atacara un funeral yemení
con una serie de bombardeos sucesivos, que dejaron un saldo de 140 muertos y
500 heridos.
Millones de personas más se enfrentan al hambre
y a una dolorosa muerte por inanición en Somalia, Sudán del Sur y Nigeria.
Según Charny, en Sudán del Sur, pese a las ganancias por el petróleo y su
tierra fértil, “los conflictos políticos no resueltos al interior de la clase
gobernante de Sudán del Sur, que se remontan a la década de 1990 y quedaron
disimulados durante la lucha por la independencia, ahora comenzaron a resurgir”
y han conducido al país a la hambruna. En el noreste de Nigeria, el conflicto
armado entre el grupo Boko Haram y el gobierno hace que la entrega de ayuda
humanitaria sea muy peligrosa. Respecto a Somalia, donde la hambruna amenaza a
poblaciones que pueden ser alcanzables por el debilitado gobierno central y las
agencias de ayuda humanitaria, Charny expresó comentarios más optimistas: “Si podemos
movilizar rápidamente alimentos y dinero en efectivo, podremos superar la
situación en Somalia… si nos ponemos en marcha”.
Evitar la situación de hambruna en estos cuatro
países es posible. El presidente Trump debería financiar totalmente los envíos
de alimentos –no los envíos de armas– y liderar la tan necesaria diplomacia
para evitar la inmensa catástrofe de 20 millones de muertes terribles a causa
del hambre. Eso es lo que haría grande a Estados Unidos.
© 2017 Amy Goodman
Traducción al español del texto en inglés: Inés
Coira. Edición: María Eva Blotta y Democracy Now! en español,
spanish@democracynow.org