Por Alejandra Loucau
Estados Unidos arrojó MOAB, “la madre de todas
las bombas” sobre una red de túneles ubicada en las montañas de la provincia de
Nangarhar, al noreste de Afganistán.
¿Qué es más importante para la historia del
mundo? ¿El talibán o el colapso del imperio soviético? (Zbigniew Brzezinski,
asesor de Seguridad de Estados Unidos, explicando la ayuda militar secreta,
desde 1978, a los extremistas islámicos en Afganistán)[1]
Según los informes oficiales, los escondites
eran utilizados por el EIIL (Daesh en árabe). Hasta el año 2015, estos
pertenecían a los talibanes.
Se dice que esta bomba, a diferencia de
cualquier otra detonada en el aire, al impactar y penetrar el terreno genera
una ola expansiva en el subsuelo que incrementa su poder destructivo. Por tal
motivo, es usada para destruir búnkeres, túneles y otras áreas que suelen
soportar bombas estándar o ataques de artillería de gran tamaño[2].
La comunicación fue difundida rápidamente por
todos los medios del mundo, que se hicieron eco de la novedad gracias al
Pentágono y a la labor de un puñado de grandes agencias internacionales de
noticias, masticadoras profesionales de información dirigida hacia las grandes
masas.
Pero la obscenidad manifiesta que significa utilizar
la maternidad como un arma y la noticia como llana propaganda de guerra, no ha
podido ocultar la verdad que se les escapa de las manos a los pragmáticos popes
del poder.
Poco tiempo transcurrió para que un ávido
denunciante descubriera la historia escondida entre las montañas de Nangarhar.
El usuario de twitter Bob Roberts compartió una vieja nota publicada por The
New York Times el 11 de septiembre de 2005, cuatro años después del atentado
que inauguró una nueva época de guerras imperialistas. Luego, Wikileaks y
Edward Snowden se encargaron de viralizar la exposición.
La noticia titulada Perdido en Tora Bora retrata
las peripecias de Bin Laden en las cuevas “secretas” ubicadas en el mencionado
distrito afgano[3]. Lo llamativo de esta historia es el dato que el informado
autor revela: las millas de túneles, búnkeres y campamentos base que se
instalaron en las paredes de roca escarpada, eran parte de un complejo
financiado por la CIA, construido para los muyahidines de los que Osama formaba
parte. Se trata del ejército talibán que Washington utilizó en Afganistán hace
40 años para luchar contra los soviéticos. Durante los primeros años
posteriores al 11-s, la versión oficial sobre Osama Bin Laden tenía mayor
credibilidad: el hijo pródigo se había vuelto contra su mentor organizando el
mayor atentado terrorista perpetrado sobre suelo estadounidense. Pero pasó más
de una década y los soportes de esta puesta en escena comenzaron a oxidarse.
Y es que el citado fragmento no sólo refleja que
la bomba no nuclear más poderosa del mundo destruyó túneles que fueron
construidos por el mismo complejo guerrerista que la fabricó, sino que además
nos enseña claramente la configuración del círculo criminal que constituye la
estrategia de política exterior norteamericana.
El uso de milicianos afganos por parte de
Estados Unidos durante la Guerra de Afganistán indicó el comienzo de una era en
materia de guerra no convencional, en la cual los organismos de inteligencia
siguen cumpliendo un rol fundamental. La utilización de “terroristas” o
“contras” como táctica para generar caos y violencia en países cuyos gobiernos
eran hostiles a los designios norteamericanos fue introducida en la doctrina
militar de este país muchas décadas antes, pero cobró impulso en esta época constituyendo
un cambio cualitativo en la forma de ejercer el poder por la fuerza[4]. En la
actualidad, dichos métodos tienen plena vigencia.
Así, la conocida Guerra contra el terrorismo,
inaugurada por George Bush Jr. y continuada hasta hoy por demócratas y
republicanos fue y sigue siendo una mentira de proporciones gigantescas, que
seguramente nuestros nietos relatarán en sus libros de historia como simples
perogrulladas. Las numerosas pruebas publicadas por las más diversas fuentes de
información vienen demostrando hace años la responsabilidad de los servicios
secretos occidentales y las monarquías del Golfo Pérsico, en el entrenamiento y
la financiación de actividades terroristas que parasitan hace décadas Oriente
Medio. Los grupos mercenarios que las distintas administraciones
norteamericanas han dicho combatir, son la parte ejecutora de una red criminal
encargada del trabajo sucio que ordenan y bien pagan las mismas potencias
occidentales.
La guerra secreta dirigida desde Washington,
Londres y París ha generado la ruina completa de estados como Libia, Sudán o el
mismo Afganistán. Estos territorios forman ahora un puñado de regiones sin
dirección centralizada, sumidas en el caos, asediadas constantemente por bandas
de terroristas armados que violan a las mujeres y asesinan a miles de inocentes
a diario. La guerra por la destrucción y fragmentación de Oriente Medio sigue
en curso y es producto de una decisión deliberada. Es esta la realidad que
ahora pretende ocultar el gobierno de Trump, por la fuerza de la propaganda de
sus bombas superdestructivas.
Aunque esta vez, el efecto devastador de esta
arma letal parece no sólo haber arrasado viejas construcciones y decenas de
vidas anónimas, en una lejana e inhóspita región. Su onda expansiva ha llegado
a trastocar nuevamente el entramado de mentiras que yace en la moral de esta
guerra perversa.
[1] “La guerra en palabras”, Eduardo Galeano
Fuente: Hispantv