La escuela pública argentina surge de un gran
debate inicial, propio de los comienzos del capitalismo industrial. ¿Hay que
educar o instruir? La orientación que surgió siempre en nuestro país y siguió
perseverante hasta hoy, fue la de educar. De ahí que su concepto educacional
acentuaba lo público, lo colectivo, el sentimiento de participación en un
destino común, y de este modo, un sentido de libertad y responsabilidad social.
A nadie se lo dirigía hacia la senda de la servidumbre y del menguado aprendizaje,
instruyéndolo apenas en la servicialidad a una lógica de sumisión. Este tema
del primer nivel de la enseñanza es tan vital que se reproduce en el mundo
universitario, donde siempre nos encontramos con la batalla entre formar
ingenieros o instruir ingenieros en determinadas tecnologías útiles a ciertas
industrias.
ESCUELA
Si instruir era crear un nuevo proletario con
sus conocimientos sumarios adecuados a la vida industrial que lo masacra, y
encerrar allí las conciencias, educar consistía en cambio, en abrir la
compuertas de cada alumno a una ciudadanía compleja, a la participación social,
a la vocación intelectual y política, a ser hombres y mujeres plenas. Con
muchas vicisitudes adversas y proyectos de desmantelamiento diversos de esta
concepción humanística, que ocurrieron en demasiados períodos históricos de
nuestro país, esta concepción aún sobrevive.
Fue y es la forma educacional crítica e
integradora que se mantuvo siempre en el sistema escolar argentino gracias a
maestras y maestros que sabían y saben –en un gran legado transmitido de
generación en generación- que el protagonista central de la educación es el
vínculo asombroso, vital y repleto de emocionante dramatismo entre maestros y
alumnos. Ese vínculo nos lleva a una pregunta fundamental de la vida
civilizatoria ¿Quién educa a los educadores? Nuestro país siempre mantuvo un
horizonte generoso en todo su sistema educacional, un edificio entrecruzado y
lleno de escalones interconectados, donde el aprendizaje del que enseña a
aprender, la educación del que va a educar, constantemente se realizó como un
acto igualitario, sorprendente y esencial. Allí nunca dejó de considerarse como
núcleo fundante la delicada tarea iniciática que supone el primer acto de
lectura y escritura.
Ante ello, no puede oponérsele una tabla de
inasistencias o de licencias, fruto en gran medida del desprecio salarial hacia
los educadores argentinos por parte del gobierno actual. Las estadísticas
amenazantes, aunque tomen problemas reales que no es difícil resolver, revelan
en cambio el desinterés de los actuales gobernantes, por el núcleo irreductible
que mantiene el sistema escolar público: la vocación como saber maestro, el
maestro como sujeto vocacional inquebrantable, la presencialidad no como una
estadística inerte sino como un pizarrón siempre atravesado por la tiza
fundadora, que se hace verbo en la persona de todo profesor y de todo educando.
Enseñar es un dramático y sensible acto
valorativo que tiene normas y pasos progresivos, pero siempre como una suma de
momentos repentinos y descubrimientos maravillosos que ocurren como quien se
zambulle al mar. Todo eso se da en la escuela y auspiciado por su personaje
central: el vínculo entre docente y alumno, que no es un vínculo
administrativo, sino la construcción de la razón educativa, pedagógica, cívica
y ética.
¿Qué son estos temas gerenciales que regleta en
mano condenan a los maestros y maestras a ser sujetos de estadistógrafos
represivos y de represiones efectivas al caer la noche? ¡Son pobres hechos
magnificados por argumentaciones viscosas ante la gran tarea que a pesar de
todas las dificultades, se sigue realizando! Sin duda, es difícil defender la
idea de una conciencia como tabula rasa, pero los maestros argentinos están en
el centro de una red institucional de múltiples pavimentos, donde en uno de
ellos se aloja el núcleo germinativo de algo maravilloso que gracias a ellos
nunca dejó de existir. Ellos están siempre en una frontera. Es la frontera
donde conviven familias, sociedad, tecnologías, disparidades a resolver,
asimetrías a considerar, y fuertes ámbitos de comunidad afectiva irreversible,
donde se zambullen en la página en blanco del primer cuaderno escolar, los que
luego mantendrán ese iluminado momento en su evocación más sensible.
Por esa epifanía, por llamarla así, han pasado
el científico que ha trabajado muy poco tiempo atrás en la construcción de
satélites, pasaron los trabajadores argentinos con sus distintos niveles de
especialización, los que mueven las máquinas de las fábricas, y deberán pasar
los desplazados de hoy para ingresar al torrente de los protagonistas de la
vida diaria, la vida social, política y cultural, pasaron los novelistas que
han inventado personajes como Erdosain, Emma Zunz, Megafón, Mascaró o La Maga,
el ingeniero que ha construido radares o el arquitecto que pensó ciudades
laborales donde no se anulara un sentido de sociedad habitable y justa.
Desarmar el cuerpo docente nacional es una
empresa persistente del gobierno. Retirar la paritaria nacional es un hecho
económico que tiene repercusiones en el desprecio por la enseñanza, realizar
pruebas ficticias para demostrar que habría un abrumador fracaso escolar en la
escuela pública es una maniobra ya intentada muchas veces, que desconoce la
fibra interna del acto de enseñar, que nunca es un registro acumulativo de
conocimientos lineales.
Todos vistieron su guardapolvo blanco de
formación inicial, vivieron en la escuela su inmersión en la lengua, se
asombraron por poder leer, por ingresar en el mundo de los símbolos, por
comenzar a saber que vivirían de ahora en adelante en medios sociales amplios,
incitantes y conflictivos.
Enseñar es un dramático y sensible acto
valorativo que tiene normas y pasos progresivos, pero siempre como una suma de
momentos repentinos y descubrimientos maravillosos que ocurren como quien se
zambulle al mar. Todo eso se da en la escuela y auspiciado por su personaje
central: el vínculo entre docente y alumno, que no es un vínculo
administrativo, sino la construcción de la razón educativa, pedagógica, cívica
y ética. La escuela argentina fue y es la sede de esa ética de la
responsabilidad educativa y de la convicción, del estilo productivo que tienen
los saberes. A todo este conjunto, que es el armazón intelectual y moral de una
nación, quieren destruirlo. Quieren demolerlo considerando el presupuesto
educativo como un gasto a ser comprimido, a la educación una mercancía, a la
red de escuelas públicas como un depósito de inutilidades improductivas, al
cuerpo de maestros y maestras como personajes prescindibles y reemplazables por
nuevas formas pedagógicas,vecinas al entrenamiento,al couching,a la
regimentación de conciencias,al acuerdo con corporaciones privadas que
consideran la educación un negocio,lo que excede en mucho la distinción entre
escuelas privadas y públicas, entre presentismo y ausentismo.
Desarmar el cuerpo docente nacional es una
empresa persistente del gobierno. Retirar la paritaria nacional es un hecho
económico que tiene repercusiones en el desprecio por la enseñanza, realizar
pruebas ficticias para demostrar que habría un abrumador fracaso escolar en la
escuela pública es una maniobra ya intentada muchas veces, que desconoce la
fibra interna del acto de enseñar, que nunca es un registro acumulativo de
conocimientos lineales. En cambio, así se lo quiere ver, para aplanar la
escuela pública con una hipótesis sobre el conocimiento que sumerja a alumnos y
docentes en una cadena de montaje tecnológica, que en vez de poner a estas al
servicio de la enseñanza humanística calificada, pone a esta al servicio de
nuevos actos de dominación de burocracias mercantiles de la educación.
La cuestión salarial no es separable de la
cuestión educativa, de su debate entre los mismos docentes, de su
reconstrucción desde la degradación a la que los someten las políticas
gubernamentales –para después acusar de que reina en ellas un bajo nivel
educativo-. Marchemos hacia la posibilidad de realizar medidas de lucha cada
vez más sensibles a la complejidad de este momento crucial. Ser maestro es cada
vez más una frontera trascendental y perentoria para todo el movimiento social
argentino. El apoyo a CTERA, a todos los gremios docentes puestos de pié, a
esta escuela itinerante y a los maestros y maestras argentinas, es un
imperativo de la conciencia pública, democrática y pedagógica nacional.