Por Sergio Rodríguez Gelfenstein
La historia de las diferencias entre las
múltiples posiciones de izquierda en América Latina es mucho más larga y dolorosa
que una simple carta firmada por un grupo de intelectuales más o menos famosos,
más o menos activos, más o menos participativos, es la historia de
confrontaciones terribles de las cuáles siempre sale avante el enemigo común,
que se solaza con tales diatribas para terminar utilizándolas a su favor.
Recuerdo
tiempos de la Unidad Popular en Chile, en el que llegaron momentos tales de
confrontación, que la principal preocupación entre los militantes de los
partidos de la Unidad Popular era cuánta responsabilidad le cabía al Movimiento
de Izquierda Revolucionaria (MIR) en la difícil situación creada, que a la
postre devino en el golpe de Estado contra Salvador Allende y todo lo que
sabemos como consecuencia, lo cual, entre otras cosas significó la destrucción
de la izquierda como opción política en Chile, hasta hoy. Por cierto, tales
debates se prolongaron como centro de discusión, después del 11 de septiembre
de 1973 y durante años continuó estando en el eje de la formación política de
muchos cuadros.
Años después, en Nicaragua, la división entre
diferentes tendencias al interior del Frente Sandinista de Liberación Nacional
no le permitían, -teniendo todas las condiciones políticas y militares-,
consumar la victoria del pueblo contra la terrible dictadura somocista. Tuvo
que hacerse valer la autoridad moral y política del Comandante Fidel Castro,
quien llamó a los dirigentes de las tres tendencias a la sensatez y la cordura
para hacerlos entender que solo la unidad les posibilitaría derrotar a la dictadura.
La ansiada fusión del FSLN, se produjo en marzo de 1979 y en julio el sátrapa
fue derrotado definitivamente, huyendo del país. Vale recordar que tan solo dos
meses después del triunfo, una brigada “internacionalista” mal llamada Simón
Bolívar, formada por ciudadanos de varios países y que no llegó a participar en
los combates por la liberación de Nicaragua, había comenzado a haber trabajo
político contra el gobierno sandinista, acusándolo de no avanzar aceleradamente
en la realización “de la transformación revolucionaria de la sociedad”. La
autoridad se vio obligada a detenerlos y expulsarlos del país por realizar
actividades incompatibles con su condición.
En El Salvador, el poeta revolucionario Roque
Dalton fue asesinado por sus propios “compañeros” bajo la terrible acusación de
ser agente de la CIA. Se dice que Joaquín Villalobos, quien posteriormente si
se ha puesto al servicio del Departamento de Estado de Estados Unidos, junto a
su grupo, actuaron como jueces y verdugos de Roque.
Si de acusaciones de intelectuales de izquierda
se trata, la propia Cuba fue objeto de la ira de dos connotados de su época.
José Saramago y Eduardo Galeano, quienes manifestaron en el año 2003, sentirse
arrepentidos por apoyar a la isla de Fidel. El escritor portugués afirmó
contundente “Hasta aquí he llegado”.
Mi experiencia, después de participar, aunque
brevemente en la gestión de gobierno en varios países (de diversas
orientaciones políticas) y en los últimos años, intentando esbozar algunas
ideas a través de mis escritos, es que una cosa es con el lápiz (o con la
computadora en la modernidad) cuando lo que se dice o se escribe no tiene
ninguna repercusión directa en la vida de los ciudadanos, e incluso cuando se
posee el recurso de que, ante la equivocación, se escribe otro libro u otro
artículo, refutando lo anteriormente dicho sin consecuencia alguna.. Otra,
cuando se tienen que tomar decisiones que redundan de manera puntual en la
existencia cotidiana y en el diseño del futuro de los pueblos, los errores
suelen tener consecuencias catastróficas.
La duda surge de cómo colocarse éticamente en el
lugar adecuado y asumir una posición acorde lo que se piensa y lo que se
transmite. No es fácil, cuando a la vista podrían enumerarse una larga lista de
omisiones y equivocaciones que jamás he justificado y no lo voy a hacer ahora.
No obstante, una de las primeras cosas que aprendí de la política es la
categoría de “enemigo principal”. No olvidarlo ni confundirlo, ha sido muy útil
en mi vida. En momentos como éste, la
brújula debe siempre orientarse hacia saber dónde está el imperio, dónde está
Estados Unidos y ponerse en el lado contrario. Recuerdo en 1982, cuando estando
en Nicaragua, se produjo la invasión imperialista británica a las Malvinas,
ante lo cual Estados Unidos olvidando interesadamente el Tratado Interamericano
de Asistencia Reciproca (TIAR) se puso de lado de la potencia europea invasora.
En Managua, pasaron recogiendo firmas para aquellos que deseaban ir a luchar a
Malvinas junto al pueblo argentino. Firmé sin titubear, no pasaron muchas horas
antes que se desplegara la brutal crítica de aquellos que nos acusaban de
querer ir a defender a una dictadura genocida.
Creo que ese día, apenas a mis 25 años, la vida me obligó a aprender a
usar la brújula política para orientarme en un mundo que contario a lo que se
supone no está conformado solo de la oscuridad y la luz, lo más difícil, pero
lo mejor, es saber determinar la intensidad más correcta del gris necesario.
En el caso de América Latina, el Comandante
Tomás Borge lo hizo práctico con su proverbial capacidad de decir cosas
profundas con total simplicidad, decía Tomás: “… en nuestra región, cuando
tenemos dudas sobre qué decisión tomar, fijémonos dónde está Fidel, ahí hay que
estar”.
No dudo que en el caso de la reciente carta
firmada por un grupo de intelectuales, -no sé si de izquierda, porque ya ni se
sabe qué es eso, cuando se argumenta que Felipe González, Bachelet, Tony Blair
y Françoise Hollande presidieron gobiernos de esa tendencia- algunos actuaron
de buena fe, no sé si todos, no lo creo, pero para medir el impacto de sus
declaraciones les pido que miren, en cuántos medios de comunicación de la
derecha internacional fue reproducido su escrito y en cuántos lo fue la carta
de respuesta de otro gran grupo (incluso superior en número) también de
intelectuales en apoyo al gobierno de Venezuela. Tal vez, eso entregue pistas respecto de la libertad de prensa de
la que tanto se habla y de dónde se colocan los argumentos esgrimidos, más allá
de si son válidos o no.
Así mismo, resulta interesante el debate que
podría devenir de las diferentes visiones de democracia que en ambas cartas se
esbozan. Se podría, por ejemplo
confrontar el modelo venezolano y lo que aquí pasa con el brasileño que es
exaltado de forma permanente por los medios y venerado desde el norte:
“gobierno de Temer”, “régimen de Maduro”.
Desde mi punto de vista, la sacralización de la democracia
representativa y de sus instituciones, no conducen más que al engaño, las
oligarquías las han usado cuando les han servido y se han limpiado la parte
posterior del cuerpo con ella, cuando sus intereses han estado en juego:
Honduras, Paraguay y Brasil son hechos recientes. El verdadero problema: pésele
a quien le pese, es el problema del poder, frente a lo cual según el presidente
Putin, lamentablemente “en el mundo rige la ley de los puños”. En esas
condiciones en las que los pueblos del planeta han sido colocados, la
democracia representativa no parece ser suficiente, por eso hay que hacer que
los pueblos debatan, opinen, participen y sean protagónicos, sólo así serán
superados los escollos que le imprimen a la política, la violencia, la
agresión, la posibilidad de la intervención extranjera, pero también la
corrupción y la incapacidad administrativa y gerencial.
No hay que tenerle miedo al debate, siempre que
no conduzca a regresar, a subordinarse, a arrodillarse frente al enemigo, la
historia es muy sabia y nos ha enseñado con abundancia de ejemplos a dónde
conduce el debate sano cuando se transformado en ensañamiento fraternal, eso no
ocurre en la derecha, es pragmática, tiene claros sus intereses, y son capaces
de unirse para logar sus objetivos. Fukuyama escribió en 1992 su libro
anunciando el fin de la historia, posteriormente publicó “América en la encrucijada”
en el que crítica y abandona su posición ultra conservadora. Ambos libros
fueron grandes éxitos editoriales y le aportaron mucho dinero a su autor. Los
cubanos tuvieron paciencia, se dieron el tiempo para explicarle a Saramago y
Galeano su verdad la verdad de la revolución. Ambos murieron en paz y
reconciliados con Cuba y con Fidel… tal vez, escucharon a Tomás. Solo los
grandes son capaces de criticar y también de regresar, cuando la crítica, justa
o no, favorece al enemigo.
sergioro07@hotmail.comFuente: Barómetro Internacional