“Nunca más queremos el silencio”
La Madre de Plaza de Mayo relató cómo se acercó
a la canciller alemana y le advirtió sobre el negacionismo y los retrocesos en
materia de derechos humanos. Dijo que “escuchó muy bien” y “se conmovió” al
homenajear a las víctimas de la dictadura.
Por Ailín Bullentini
Jarach le contó a Merkel de su abuelo, víctima
de los nazis, y de su hija, víctima de la dictadura.
Dijo que lo pensó “dos veces”, pero que después
“simplemente” se acercó a la canciller alemana Ángela Merkel y empezó a
hablarle: con un pañuelo blanco en la cabeza y la leyenda “Son 30.000” en un
cartel colgado de su cuello, la Madre de Plaza de Mayo Vera Vigevani de Jarach
resumió en pocos minutos a la funcionaria cómo el negacionismo une la historia
de su país y el de ella, durante la visita que compartieron al Parque Nacional
de la Memoria el último jueves. “Le dije lo que siento y lo que pensamos los
organismos”, añadió, “y que nunca más queremos el silencio”, planteó en
referencia a “los intentos de retrocesos que sufrieron” las políticas de
Memoria, Verdad y Justicia en el país desde que comenzó la gestión presidencial
de Cambiemos.
–¿Por qué se acercó a hacerle ese comentario a
Merkel?
–Participé de la visita de Merkel como miembro
del consejo del Parque de la Memoria, en representación de los organismos de
derechos humanos. Merkel es un personaje muy importante, iba a estar en el país
por un día solamente y yo tenía algunas cosas para decirle. Lo pensé dos veces,
pero concluí en que no podía no acercarme y hacerle ese comentario, que no fue
mucho, pero salió.
Antes de caminar con Merkel hasta la punta del
muelle del Parque de la Memoria en el Río de la Plata y arrojar algunas flores
al agua, Jarach, de casi 90 años, la saludó en inglés y le empezó a explicar en
castellano que llegó a Argentina desde Italia de chiquita, porque su familia
era perseguida por ser judía; que su abuelo se quedó en su tierra y acabó
encerrado en Auschwitz. Que no hay tumba adonde pueda ir a llorarlo, víctima
del genocidio nazi; pero que “tampoco hay tumba” en donde pueda recordar a su
única hija, víctima del genocidio cívico militar de la última dictadura. Y que
“en los dos países hubo intenciones de borrar los crímenes, de minimizarlos, de
negarlos”, reconstruyó Jarach en diálogo con este diario. La acompañó Marcelo
Brodsky, otro integrante del consejo del parque.
“Siempre trato de ser ante todo coherente con
nuestras historias y con lo que va sucediendo en el presente. Yo necesitaba
hablarle del negacionismo a Merkel, no solo porque uno de los primeros
funcionarios de Cambiemos que negó el número de desaparecidos está ahora
trabajando en su país –el ex ministro de Cultura porteño Darío Lopérfido–, sino
porque es algo que me atraviesa desde mi infancia y desde mi madurez, con mi
abuelo y mi hija. En ambos casos no hay tumba. Ambos casos son tragedias. La
historia nos debería enseñar un montón de cosas, la historia en general. Pero
aprendemos poco de ella. Si vemos con atención encontraremos que las cosas se
repiten. No de manera idéntica, pero sí con muchos puntos en común. En el genocidio
nazi y el genocidio de la última dictadura hay dos fenómenos que se repiten
constantemente: uno es el silencio, el de la indiferencia, el del miedo, el de
la complicidad incluso. El otro es el negacionismo. En Alemania, pero más en
otros países, los crímenes del nazismo fueron negados, intentaron ser
minimizados, los intentaron borrar. Sobre todo con las cantidades: fueron seis
millones, no fueron cinco, cuatro. Lo mismo está sucediendo en Argentina desde
que comenzó el gobierno macrista.”
–¿Cómo reaccionó Merkel? ¿Le dijo algo?
–Ella lo escuchó muy bien. No me dijo nada, pero
sí escuchó. Yo le dije por último que no queríamos nunca más el silencio y le
dije que se lo decía a ella. Luego caminó el parque, nos encontramos en el
muelle y transitamos el rito de las flores. Entonces, se conmovió, me preguntó
si Franca era mi única hija, qué edad tenía y enfatizó la necesidad de hablar
con los jóvenes.
Franca Jarach era la única hija de Vera, que por
entonces era periodista, y su esposo.
Franca tenía 18 años y el 25 de junio de 1976, cuando fue secuestrada, hacía
medio año que había terminado sus estudios secundarios en el Nacional Buenos
Aires, donde había empezado a militar en la Unión de Estudiantes Secundarios
(UES), y comenzado su carrera en Ciencias de la Educación. “Creía que los
cambios por los que ella y la juventud de su generación buscaban empezaban en
la educación”, contó su mamá, quien aseguró que “era una joven maravillosa en
todos los sentidos, comprometida, sensible”. Para buscar a su hija empezó a
participar de Madres de Plaza de Mayo. Fue en esa búsqueda que comenzó, “como
todas las madres”, a saber “qué clase de horror se cocía durante los días que
vivíamos”. “Fuimos enterándonos con el correr del tiempo de todo lo que
sucedía, aunque pasó mucho tiempo hasta que algunos pocos tuvimos más
información de lo que le ocurrió a nuestros hijos”, contó. Veinte años después,
gracias a que una sobreviviente de la ESMA comenzó a denunciar lo que había
sufrido, Vera supo que Franca había estado encerrada allí poco más de un mes y
que había sido una de las primeras víctimas de los vuelos de la muerte. Para
cuando supo el destino de su hija, su esposo ya estaba muerto.
Entonces, Vera no tuvo la ventaja que sí su
madre, cuando el nazismo ponía un pie en su Italia natal. “Mi mamá hacía
trabajos similares a los de una asistente social en Italia, con refugiados
alemanes y de otros países que huían del nazismo –contó–. Cuando aplicaron en
Italia las leyes raciales del fascismo mi madre se dio cuenta de que podían
suceder todos los horrores que les había oído contar a los refugiados que
ayudaba, y se quiso ir. Mi padre se hubiera quedado en Italia, pero por suerte
mi mamá supo leer los síntomas y lo convenció”. Su abuelo se quedó, “no creyó
que nada malo iba a pasar”, y acabó víctima.
–¿Considera que denunciar las actitudes
negacionistas ante personalidades invitadas por el Gobierno, como Merkel,
traerá efectos en sus representantes y su postura frente a las políticas de
derechos humanos?